Tocando el Palco real
En el hotel Ramón de la Cruz, número 94 de la homónima calle madrileña, era bastante difícil seguir durmiendo después de las ocho de la mañana. Las cuadrillas solían entrenar en los pasillos. Chistes, risotadas y jaleo. Perfumes taurinos deslizándose como un río en su cauce. Los corredores transformados en un gimnasio.Ni el Reina Victoria ni el Wellington consiguieron jamás alcanzar aquel ambiente taurino tan extraordinario. Medio dormido, me encontré con el chándal azul de "El Ecijano". - Ciao, Guillermo, tuve la lucidez de decirle. - Hola, ¿que tal por Italia, él sólo podía acordarse de mi cara e itálica procedencia.
Nuestras relaciones se limitaban a alguna que otra cerveza tomada juntos, mientras mi parné se iba volando en billetes de avión y papel. Pero aquel día, gracias a la fortuna de los "timidos", no fue necesario gastar ni un duro para ir a los toros. Tenía una cita importante. Puerta del Patio de Caballos Las Ventas, vacía. Sólo el murmullo del silencio. ¡Qué extraño encanto tenia "La Scala" del toreo!
El entonces presidente de las actividades taurinas de la Comunidad de Madrid me había citado en su despacho. Nada de sobres con entradas de pago en taquilla. Me puso en las manos unas tarjetas mágicas. Con ellas me fui a saludar al ganadero de "los Sepúvedas de Yeltes", en el apartado. ¡Qué lujo! Y por la tarde nos sentamos en el Palco del Ayuntamiento, al lado del Palco Real. "Mi Chema" estuvo regular. "Espartaco" y "El Boni" cortaron una oreja cada uno. Nunca jamás se me olvidará aquella tarde en Las Ventas. ¿Cuántos paisanos míos habrán estado en aquel palco?
El día siguiente volamos, mi hijo y yo, a la Ciudad Condal para presenciar la final de La Champions. Mi hijo, que no es taurino sino forofo de los rojinegros, perdió la entrada al Nou Camp, pero guarda todavía en un pequeño marco la tarjeta mágica y la foto que dan fe de nuestra presencia en aquel palco. Tocando el Palco Real.
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