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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Chamaco: el vencedor de la muerte.






Chamaco: el vencedor de la muerte.







Vencer la muerte es uno de los recurrentes sueños imposibles del genero humano. Reyes, poetas, filósofos y los grandes hombres que en la historia han sido han alimentado ese imposible. Chamaco ya venció a la parca tras una cornada en el viejo coso de Los Tejares de Córdoba, hoy se ha dejado mecer dulcemente por el sueño para no despertar.




Con el mismo titular con que hoy nos despedimos del maestro del matadero, encabezaba una vieja crónica de la Vanguardia Rafael Manzano en el año 54. No se puede explicar la dimensión taurina de Antonio Borrero Morano sin entender el lugar que las dos plazas de Barcelona ocupaban en la fiesta brava en aquellos años cincuenta, la indiscutible primera ciudad taurina del mundo, dos plazas de temporada en manos de Balañá, Las Arenas y La Monumental, una afición sabia y exigente, lejos del mito de un graderío pleno de charnegos, el barcelonés llevaba la fiesta en la sangre, la presencia de payeses en las tardes de los domingos en los alrededores de la plaza es un clásico, la pequeña burguesía, laborante y discreta era fiel a su cita con el arte de Cabré o de Bernardó o de nuestro Chamaco. En esa ciudad y en sus dos plazas sentó sus reales el emperador Chamaco, mandó en la fiesta, impuso dineros y formas y fue el gran referente de una ciudad que entonces era avanzada cultural de las españas.




Si Orson Welles, en la desvergonzada ignorancia supina de quien amó la fiesta la hasta la locura pero nunca supo comprenderla, decía que un torero era un actor al que le pasan cosas reales. Chamaco fue un hombre real que vivió una vida de película.




Nacido en el barrio del matadero, segundo de cuatro hermanos, dicen que su sobrenombre le fue impuesto por los sudamericanos que organizaban peleas de gallos en los alrededores del parque Moret de la capital onubense a donde acudía de chiquillo. Trabajaba de pastelero en la famosa pastelería Jorva de nuestra capital, donde hasta su cierre se siguieron degustando los famosos “Chamaquitos”.




Pero el toro pudo más. Su carrera novilleril fue fulgurante, tras debutar en Huelva con ganado de Diego Garrido y formar un lío se presentó en el 54 en la Monumental, tras su éxito, toreaba habitualmente tres tardes, jueves sábado y domingo a la semana en Barcelona y logró sumar hasta doscientos festejos sin pasar por Madrid como novillero. Histórico el cartel que salía indefectible en el quinto novillo “El domingo Chamaco y dos más” y aseguraba el lleno




Su alternativa fue un acontecimiento, su paisano Litri ofició de padrino con Antonio Ordóñez de testigo. Luego temporadas de vueltas a España, desde el 57 hasta el 67 en que se retiró. Cornadas graves en Bilbao, Sevilla y la mencionada de Córdoba. Un torero al que imponía el público capaz de imponer miedo al miedo, famoso por sus pases dedo en alto, sus terrenos de mucho compromiso y su seguridad con los aceros. La principal característica de su torero fue la de su vida una personalidad arrolladora




Su filosofía de la vida y del toro la dictó en las plaza, en los callejones y en un barroca forma de entender el toreo y la vida siempre más cerca de la grandeza que de la mediocridad, decía que




«El día que comprenda que no puedo ser más que uno más, me marcharé antes de explotar a la afición con el señuelo que pueda tener mi nombre.».




Actor, escritor, erudito, ganadero y con una fuerte vocación empresarial, fuel el precursor de “El Portil” del que era un enamorado




Su hijo Antonio Borrero Borrero, también torero de alternativa fue su continuador en los ruedos, previamente también lo había intentado su hermano Sebastian




Sus últimos años los ha pasado recluido en el olvido propio, el cariño de su gente y la admiración de sus partidarios.




Ahora, que la fiesta brava languidece en la Ciudad Condal, el recuerdo del gran Chamaco se magnifica y nos hace pensar en que una página de la historia está siendo vuelta de forma irreversible.

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