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jueves, 20 de septiembre de 2007

JOSELITO ROMERO ARTE Y FIGURA




JOSELITO ROMERO ARTE Y FIGURA

Hay ciudades que no tienen alma, les falta la “monumentalidad de referencia” de la que oí hablar al inefable Borbolla hace unos años, les faltan tradiciones enraizadas en sus pobladores y sociedad civil que las sostengan y trasladen a las siguientes generaciones, pasa esto en las llamadas ciudades dormitorio, en ciudades industriales, en ciudades demasiado grandes que acaban por tener tantas almas que no tienen ninguna.
Huelva si tiene alma, aunque es cierto que carece de la cursilería esa de la monumentalidad. Hay lugares en Huelva que imprimen carácter a la ciudad, uno de estos lugares es la plaza de abastos, el Mercado del Carmen, que dentro de apenas unos meses no pasará de ser un recuerdo. Y en la plaza existe un personaje que es una referencia para la Huelva de las últimas siete décadas. José Romero Fernández, Joselito Romero, inconfundible debajo de su sombrero de ala ancha, detrás de su buen cigarro y ante una copa de Canasta o Manzanilla. Vestigio de otra época y realidad palpable de la Huelva del 2.007, trata de vd. a cualquier desconocido, sigue pidiendo vermú para el aperitivo, calza sombrero de ala ancha y su elegancia en el vestir es digna de cualquier gentleman que se precie.
José es torero, todo Huelva sabe que es torero, nunca tomo la alternativa pero es torero, de pies a cabeza , desde que se levanta hasta que se acuesta y desde que nació hasta setenta y cuatro años después. Camina por la calle y siempre hay alguien que dice a alguien, ahí va un torero.
Quiso ser torero en un de los momentos cumbres del arte después de la obligada orfandad que vivía la fiesta tras la muerte del monstruo de Córdoba, toreando con Manolo Vázquez, Pepe Luís, Litri, Chamaco…, nacio en la isla Chica y es de ese tipo de hombre privilegiados que han vivido siempre viendo la casa donde vino al mundo su padre trabajaba en el matadero y en auqellos coorrales donde a veces venian moruchos le picó el bichito de la afición que compartió en esos primeros años con “Curro Fijones” pariente y maestro. Luego vinieron las correrías con el Litri, siempre el Litri en la tauromaquia de Huelva, descabellando en el matadero y yéndose después a las huertos cercanos a entrenar.
Años de ilusiones de esperanza de vivir por y para el toro, eternas visita s las capeas Trigueros, San Juan, Beas…. Visitas al campo esperando que cuando el ganadero diese la aprobación, fuera el más ágil de los aficionados y el primero en ponerse delante de la vaquilla y después que a la vaquilla todavía le quedasen media docena de pases y por último que él fuera capaz de enjaretárselos y alguno de los presentes se fijase en ese “chavalito de Huelva que apunta maneras”. No paso nada de aquello y el peregrinar fue duro, debutó en Sevilla, Torero en Barcelona donde llego a gozar de cierto cartel y recuerda con nostalgia que le llegaron a comparar en su tauromaquia y en su físico con Antonio Bienvenida, una cornada en Mallorca lo tuvo cuatro meses en el hospital y ahí Pepito Camará estuvo a punto de darle el espaldarazo definitivo, pero se aburrió y se vino a casa donde tenía el pan asegurado y la vida confortablemente montada, siguió toreando en todos los pueblos de la provincia donde se daban toros por aquellas fechas iba el novillero onubense. Ha toreado hasta hace muy pocos años en cualquier ocasión, faenas de campo y para los cabales, se define como un torero de arte, con pellizco pero no exento de valor “quien no lo tiene no pude ser torero”.
Ahora en todos esos mismo pueblos acude de asesor presidencial, es característica su imagen al lado del alcalde de turno, disfruta y se muestra “exigente pero siempre a favor del torero, deseando su triunfo y favoreciendo el correcto desarrollo de la lidia, su pureza y las cosas bien hechas”.
Vive a apenas 10 metros de donde nació con sus hermanos a diez metros a la redonda, todas las mañanas acude al centro a la vieja plaza de abastos, a la calle marina donde mantiene sus tertulias y departe con sus amigos. El descanso de un guerrero que vio morir en la plaza a Rafael Carbonell, imagen inolvidable y que supone una sombra de tristeza en su carácter alegre y dicharachero.
Anécdotas para rellenar dos tomos,

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