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miércoles, 5 de agosto de 2015

David de Miranda. Un mirada al padre

Foto Rafa Romero https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10206007329839703&set=pcb.10206007338719925&type=1&theater
Llegó la hora de la gloria. Y en ese momento, cuando el triunfo embrutece los sentidos, cuando la euforia embriaga las penas del alma, cuando nada es lo que lo parece y todo aparenta alegría. Cuando lo llevan a hombros una multitud de partidarios camino a una habitación de hotel llena de eternos desconocidos. En ese momento en que eres el rey del mundo y al vulgar le hace falta un esclavo que le recuerde que sólo es un hombre. Entonces, es cuando los héroes transparentes marcan la diferencia, echan mano de las raíces, hunden el corazón en lo lóbrego del recuerdo al hombre bueno que se fue. Y la mirada se vuelve al cielo, buscando al padre.
Pero al padre no había que buscarlo ese día en el cielo, el padre llevaba meses de ajetreo. Entrenando este invierno cuando no hay nadie que te hable. Sufriendo los vaivenes del capricho en el sacerdocio más arbitrario del mundo. Anduvo el padre luego haciendo los carteles,  en el campo, con dos ángeles veedores eligiendo lo que embestía, y  en la hora mansa de la siesta fue el padre quien veló silente a su hijo. El padre, en la discreción de que siempre hizo gala, anduvo entre capotes y quites en la faena y en la salita de estar de la casa, con la mano cogida de la madre, rezando en silencio a los dioses del toreo. Y en el momento cumbre de la estocada, empujando, estaba el padre.
Y en ese instante en que salía a hombros y en que, ansioso de cariño, la mirada buscaba en el cielo, en ese momento, como siempre, había que buscar al padre en el corazón. La gente que amamos está siempre en nuestro corazón. Hasta cuando ese corazón ha cortado un rabo en la plaza de tus compartidos sueños

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