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miércoles, 10 de diciembre de 2014

José Ángel Ruciero recuerda a Manolín, (texto leído en la Peña El Castoreño de San Juan del Puerto con motivo de su reciente homenaje)

Manolin.
                                                             Jose Ruciero



Hace unos días nos dejaba Manuel Prieto Polo, conocido por todos en el mundo del toro, como Manolin. Reconocido mozo de espadas y ayuda de numerosos toreros de Huelva y de todo maestro foráneo que pisaba nuestra capital y provincia.

Hombre prudente, de los de atrás, callado, en su sitio y siempre dispuesto a darnos una lección teórica a todos los que queríamos conocer algo más de la historia taurina de su época.
Conoció en profundidad el toreo, y fue testigo del bullicio y apreturas de los callejones. de la soledad de una habitación de hotel, donde ayudaba a despejar el miedo latente que aparece previo al trance de la lucha entre el torero y toro,
Ese miedo, ese, silencio intimo,  que estos hombres opacos asimilan en ese ritual de vestir al torero. 
Manolin como ayuda, tenia, una tarea complicada, atender a los picadores y banderilleros y como mozo de espadas, estar pendiente de lo que le pedía su matador. Tempranero y presto,  una de las primeras tareas era descargar el equipaje en el hotel. Las maletas, con los vestidos para la ocasión, y las patas de hierro y monas de los picadores que suben y bajan. Después al sorteo, o se quedaba limpiando los trastos del matador y de los banderilleros.
¡Cuantos  capotes y muletas limpió Manolin, con su cepillo de púas de latón, para arrancar la sangre incrustada y retirar la arena adosada, de innumerables  tardes de glorias y porque no, también de fracasos!

Permanentemente al abrigo de las tablas de la Plaza de Toros de La Merced y de la desaparecida, Monumental, vivió el toreo desde su juventud, con intensidad, con los toreros de su época, que  Huelva descubría, los  Litri, los Chamacos, Terron, Santi Ortiz, Barroso, Silvera y otros de fuera como las figuras CurroVazquez, Capea, Paquirri, Manzanares y así prácticamente a la inmensidad de matadores de toros y novilleros de la órbita taurina.
foto argindarBLOG

Aunque Manolin tenía una  predilección por los noveles, por ayudar a todo el que empieza en esta difícil profesión de querer ser torero.


Su lema era “los trastos necesitan tiempo y paciencia”. A veces aparecía un roto y  tocaba dar puntadas. Porque Manolin también sabía coser, como buen profesional, conocía el tipo de fruncido que necesitaba un capote, o una muleta, para que en la corrida el toro, no tropezara con la punta del pitón y volviese  a engancharlo con facilidad.

Otras veces le veía, después de limpiar los trastos, lavando los capotes o engomándolos para que tomaran apresto y cuerpo. Esto último va por gustos, decía, hay banderilleros que  llevan los capotes, tiesos como tablas.

En sus conversaciones siempre aparecía el dato anecdótico, de cualquier corrida, que se hubiese celebrado, en Hueva y provincia y Manolín nos sacaba a todos de dudas, en dos minutos, siempre  tenía el cartel de la dichosa disputa.

Boletines en la mano, el impermeable que no se olvide, ni el vaquero para la taleguilla sin remedio, las  puntillas del tercero, agua, la piedra para  afilar, el cepillo para limpiar, la caja de costuras y la bayetas para las espadas.


Llega la hora. Ya está todo preparado, para la liturgia más importante que tiene un torero, que es el momento que se tiene que vestir. Para enfrentarse a la muerte disfrazada, con la faz de un toro. La silla desnuda se va vistiendo. La taleguilla, el chaleco, la camisa, los tirantes, fajín, corbatín y medias, la chaquetilla y por último el capote de paseo que oculta la silla. Todo, Manolin, está listo, para iniciar el paseíllo, como tú has iniciado el tuyo, hacia la gloria, en figura, muy despacito, como en el toreo.

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