Plaza de Toros de La Maestranza de Sevilla. 18º festejo de abono. Casi media plaza. Novillos de Javier Molina, bien presentados y de distinto juego. Los mejores, primero y segundo.
Mario Diéguez: ovación en ambos
Tomás Campos: silencio tras aviso y ovación
Juan Pablo Llaguno: silencio tras aviso y ovación
Incidencias: Sobresalió en la lidia Manuel Larios.
Tras la tempestad suele llegar
la calma y este domingo en la
Maestranza se ha hecho patente con la novillada de Javier
Molina tras el tornado que pasó hace dos semanas por el albero maestrante con la Puerta del Príncipe abierta
de par en par, pero si seguimos tirando del refranero español se puede decir
que en esta tarde, ya veraniega, se ha juntado el hambre con las ganas de
comer. Bostezos casi toda la tarde y más pendientes de que pasara el de la Coca-Cola que de otra cosa.
Mario Diéguez, que se presentaba
en Sevilla, recibió al primero de la tarde en unos
terrenos poco frecuentes, cerca de chiqueros, donde lanceó con gusto a un
ejemplar que puso en aprietos al picador. Con la franela aprovechó el buen
pitón derecho del noble ejemplar, dejando en la retina bellos muletazos, sobre
todo derechazos, pero la cosa no llegó a conectar con los tendidos poblados
casi a la mitad y que aplaudieron al de Javier Molina en el arrastre. Con su
segundo, el de Coria del Río estuvo algo acelerado con la capa y tras agarrarse
el astado al albero maestrante como una lapa, poco pudo hacer.
El primero de Tomás Campos, que se despedía
como novillero ante su inminente alternativa la próxima feria de Badajoz, fue
muy castigado en el peto tras salir de cada lance con
la cara alta y suelto. Brindó su tarde a Diego Urdiales, un ejemplo a seguir,
y, quedándose muy quieto, ejecutó una faena algo intermitente ante un novillo
mansito, que se movió y desplazó en las telas. Tiró del verduguillo y fue silenciado
y avisado. El quinto fue quizás el de más transmisión en las dos primeras
tandas con un puntito de genio pero el que más claramente cantó la gallina en
la muleta, tras una buena lidia por parte de Manuel Larios. En los primeros
compases, en los que el de Llerena, con buen aire, consiguió ajustarse más, se
le enganchó la ayuda en el rabo entrañando cierto peligro y la faena fue de más
a menos hasta que acabó en tablas. Lo
mató de una estocada hasta los gavilanes y fue ovacionado.
Juan Pablo Llaguno,
emparentado con Manolo y Juan José González y que también se presentaba en
Sevilla, lanceó con mucho gusto al tercero
con la capa rematando con una media de cartel, muy bien ejecutada. Tras recibir
dos buenos puyazos de Carbonell, el mejicano dio naturales y derechazos sueltos
con buena estética y buenas formas ante un soso ejemplar con giraldillas como
colofón. El sexto desarrolló más sentido aunque también nobleza en la franela
y Llaguno,
después de brindar su muerte al ganadero Antonio Muñoz, apostó por las
cercanías sin consecuencias gracias a Dios pues pudo ser volteado en más de una
ocasión.
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