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viernes, 3 de enero de 2014

¿Que fue de Marco Antonio Gomez?


Lo leemos en El Hoy escrito por MARCOS MENOCAL | SANTANDER.
Espigado. Alto y con ese temple con que uno nace. Pausado. Marca los tiempos al andar. Marco Antonio Gómez León (Alcalá de Guadaira, 1983) tiene una copia de las llaves de la plaza de La Nogalera -en Ampuero- en su llavero. Allí, lunes, miércoles y viernes, por las tardes, cuadra al toro imaginario y a golpe de faena sigue dándole capotazos a su destino. Los martes, jueves y sábados aparca la espada y el ruedo y se calza las botas de tacos para correr por La Glorieta. Esos días no viste de luces, lo hace de corto y de verde y blanco. Torero, futbolista y muchas cosas más. Desde hace unos meses, el que fue el primer novillero del escalafón en 2005 (por delante de Cayetano Rivera Ordóñez), el que compartió cartel con Talavante, Bolívar o Perera y el que cortó orejas en Las Ventas, juega de defensa central en el Ampuero F.C. de la 1ª Regional del fútbol cántabro. Una historia digna de ser contada. «¿Tiene 'priza'?», pregunta ceceando al tiempo que se acomoda y toma asiento.
«En el barrio jugábamos a torear», confiesa Marco Antonio. Con el bocadillo en una mano y con un trapo en la otra, este sevillano pasó su infancia soñando con ser torero. «En mi casa se creían que me iba a aburrir pronto». Sin embargo, a los 17 años se apuntó en la Escuela de Tauromaquia de Alcalá de Guadaira. Del colegio al ruedo. «Sólo recuerdo ganas de torear y volteretas». Fueron sus primeros años delante de «un animal». Desde aquellos primeros años hasta recalar en Ampuero le separan más de 150 festejos, varias puertas grandes abiertas, unas cuantas vueltas en hombros, seis corridas en Perú y una «crisis de ansiedad y un negocio empresarial que me ha traído hasta aquí (Cantabria)». Toda una 'faena'. Este andaluz, al que le sobra pasado, llegó a Cantabria dispuesto a labrarse un futuro muy distinto al que esperaba. «Tengo una empresa de venta directa de productos de salud y como mi socio es vasco, al final, he acabado aquí». Unos días, «torero de salón»; otros, «a pegarle a la pelota»; y todos, vendedor para intentar hacer rentable la empresa con la que se gana la vida.
«La vida del torero es muy solitaria», explica Marco Antonio. Con la vista puesta en las luces de neón que enfocan a los grandes 'matadores', este polifacético sevillano «madrugaba todos los días a las cinco de la mañana para ir al campo a torear becerras». Entre revolcones matutinos fue forjando un toreo clásico que atrajo la atención de los taurinos. «Estuve dos años de novillero sin picadores». De aquí para allá sin dinero y en solitario. Fue entonces cuando la figura de Jesús Rodríguez de Moya llegó a su vida. «Fue mi apoderado y me ayudó mucho al principio», destaca. El destino asomaba la pata. Además de apoderado taurino, De Moya era por aquel entonces representante de la mejor cosecha futbolística del Nervión: Navas, Reyes, Ramos... entre otros.
Debutó con picadores en Arnedo (La Rioja) y «más tarde llegaron 17 novilladas». En aquella plaza riojana coincidió con Alejandro Talavante, Luis Bolívar, Fernando Cruz y Miguel Ángel Perera. «Estaban todos los que hoy son grandes». A partir de ahí, le puso ruedas a su vida. Subido en una furgoneta comenzó a dar rienda suelta a sus retos. Valencia, Córdoba, Sevilla... «me tocó torear en todas las plazas de primera categoría de España».
Al año siguiente toma partida en 55 festejos y se convierte en el primer novillero del escalafón taurino «por delante de Cayetano Rivera». 2005 será el año de su revalida. «Corté orejas en Madrid, Sevilla, Córdoba y salí a hombros de Las Ventas». Al tiempo que recuerda su espectacular trayectoria de novillero, una expresión de nostalgia se deja ver en su cara. «Disfrutaba toreando». No es una pose. Lo dice de verdad. «Ahora me lo paso bien jugando al fútbol. Antes vivía en Colindres, pero ahora prefiero vivir cerca del campo porque me lo paso bien», añade, mientras no para de ver fotos en su teléfono móvil en las que aparece vestido de luces. «Son recuerdos». En 2006 llegaron otras 22 novilladas, incluyendo la Feria de San Isidro.
Punto de inflexión vital
Fue entonces cuando llegó el antes y después en su vida. Algo sin definir, «una crisis de ansiedad, una depresión que no me permitía torear» se cruzó de repente. Marco Antonio no le pone un único nombre, aunque sabe lo que le pasó. «No supe asimilar todo lo que había pasado. Toreé tanto que al final...». Dos años en blanco y tumbado en el diván de un psicólogo frenaron su proyección. Sin apoderado y en solitario regresa dos años más tarde y toma la alternativa en 2011 (Dos Hermanas). «Allí coincidí con Antonio Nazaré y Juan Manuel Benítez y corté dos orejas y salí a hombros».
Pese a todo, su luz se fue apagando. Los empresarios «ya no me contrataban» y comienza una etapa difícil. «Me decían que los jóvenes estaban primero. En el mundo del toro hoy triunfas y mañana ya no vales. Es muy exigente».
De 2011 a 2013, a Marco Antonio aún le dio tiempo a viajar a Perú «a torear en seis corridas», a montar «un negocio de venta directa para ganarme la vida» y a mudarse «al norte a vivir de otra manera».
Un buen día se acercó a La Glorieta y pidió que le dejasen entrenar. «Por disfrutar y mantenerme en forma. Nunca había jugado por miedo a lesionarme». Hasta hoy. Los psicólogos le aconsejaron que practicara deportes de equipo y «el Ampuero me ha servido de medicina». Juega de central, aunque reconoce que el entrenador le pone «donde menos estorbe». Los compañeros muestran heridas de tacos y Marco Antonio de «cornadas», como la que le propinó 'Valemucho' en el gemelo izquierdo en la plaza de Jaén.
Amante de José Tomás y de Leo Messi, admite que el mundo del toro se está volviendo «más cerrado, poco accesible. Sin embargo el fútbol es más universal: se puede ver en Rusia y los toros, no».
Vive, disfruta y se lo «pasa bien» cada domingo con el Ampuero, pero sigue sin dejar de mirar de frente al toro y «si algún día me llaman, pues, ¿quién sabe?». Mientras nadie le cambie el tercio, Marco Antonio Gómez quiere seguir de «futbolista y toreando por mi cuenta». Una vida para dos orejas y rabo.

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