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viernes, 25 de octubre de 2013

Alzheimer taurino.

Dedicado a todos aquellos que no tienen Alzheimer y recuerdan que en su pueblo, por feria había toros. A mis buenos amigos de Zalamea la Real, de Almonaster, de Almonte, de Ayamonte, de Campofrío, de Jabugo, de Trigueros, de San Sebastián, de Cadiz, de Barcelona, de San Feliu. de Figueras. 

Mientras haya alguien que recuerde una tarde de toros, habrá toros en el corazón de vuestras ciudades


Se levantó temprano, como de costumbre, su cuidadosa nuera había dejado todo preparado para que sólo tuviera que calentar el café en el microondas y mojar las magdalenas  ("si yo no estoy, no se preparé tostadas, abuelo, no me gusta que ande con fuego").
La soledad soleada de la vieja casa era alegremente rota por el trinar preso del jilguero. Con ese fondo musical tomó el frugal desayuno en la cocina demasiado moderna para sus rústicos hábitos. En silencio recogió las migas y lavó el vaso y la cucharilla, que dejó en la encimera. Todos dormían, En estos días de feria como le gustaba decir a Miguel, "la juventud amanece tarde", solían trasnochar mucho.
No tenía que mirar el almanaque. Hoy era un día señalado por Miguel: sábado de feria. Le cambió el agua al jilguero, repuso alpiste y volvió a colgarlo dentro, el calor apretaba. Se preparó un terno elegante, aplicó con esmero betún a los botines, los viejos, se afeitó con esmero delante del pequeño espejo, orinó agachado para evitar salpicaduras delatoras y se aplicó unas gotas de colonia en la palma de la mano que palmeó en su cara. Todo lo hizo con parsimonia, metódicamente. Metió en la pitillera tres cigarros, uno más que un día normal, abrió la cartera y comprobó que seguían los cuatro billetes de 20 que tenía reservados. Se miró de nuevo en en el espejo y cogió la gorrilla nueva saliendo de casa. Era la primera vez que salía desde que volvió del hospital.
Picaba el sol de la mañana con el sol alto y subió a la plaza de toros. Le extrañó no ver a nadie de "su gente" en los alrededores. Ya era la hora del manifiesto, picaba el sol, pesaba la pendiente y llegó casi sin resuello. No sudaba por que sus carnes eran tan magras y su historia tan dura que no sabía sudar por una cuesta arriba. Pesaba la chaqueta, pero era hombre de viejas formas y no entendía salir un día de feria a cuerpo gentil. Las dos semanas que había estado en el hospital por las malditas arritmias le habían mermado las fuerzas. Pero esa poco para poder con un hombre curtido al sol del campo a la sombra de la bocamina. Recibió el alta el jueves y era el primer día que salía de casa. El cartel de toros se lo habían dicho en la peña días antes del ingreso. Lo típico de los últimos años, ganaderías que no atravesaban su mejor momento y toreros que nunca lo atravesaron,
La taquilla de la plaza estaba cerrada, la puerta grande estaba abierta andaban por allí los viejos aficionados de siempre, para Miguel "unos chiquillos" que ejercían de torileros o de areneros por ver los toros gratis, sobre el reluciente albero del mediodía trabajaban los operarios.
- ¿No hay manifiesto?, preguntó desde la bocana nuestro hombre
En ese momento el dumper del ayuntamiento arrancó.
- ¿Los toros a las seis? Volvió a inquirir
Uno de los braceros lo miró.
- Si- pareció entender el anciano amortiguada la voz por el ruido de la maquina, mientras el paisano asentía con la cabeza afirmativamente y levantaba la mano a modo de saludo antes de volver a la labor.
Los observó un rato. Se dio la vuelta, salió de nuevo, la taquilla permanecía cerrada, al lado no había ningún cartel de toros. Las viejas formas se habían perdido "Ni manifiesto, ni cartel, cada año ponen menos interés, esto del toro se acaba, como no habrá problemas después saco la entrada"
El calor apretaba, deambuló alrededor de la plaza curioseando y vio un camión de caballos aparcado, "vaya, alguno se ha caído y este año vienen caballos ¿Será mixta la corrida?"
Echó a caminar hacia la casa, pesaba el calor, era casi mediodía. No tuvo ganas de entrar en la taberna, "nada de aguardiente" le había repetido el médico del seguro el día que le dio el alta. Saludo con gesto cansado a los parroquianos y siguió.

En la casa había vuelto la vida, su hijo reñía al nieto con las mismas palabras que unas décadas antes había usado él mismo para regañar al hoy padre. Saludó y apenas fue respondido. Se cambio de camisa por la del pijama se puso las zapatillas, se descalzó las botas y sin quitarse los calcetines, se puso esas modernas chanclas, último regalo de reyes. Quisiera haber puesto la  tele para ver el programa de toros de televisión española, pero su nieta, mientras tecleaba a velocidad de vértigo y con dos dedos en el móvil que le era inseparable, dormitaba en el sofá viendo un reality donde cuatro cafres damíselas buscaban quedarse con un prenda que reinaba en un trono de cartón piedra, todo a gritos y con palabras soeces, claro.
Se acercó a la cocina, el reino de su querida nuera y tanteó el ambiente. Buen humor, pensó cuando en vez de soltarle alguna fresca se limitó a ignorarlo cuando lo vio aparecer. Al instante, como aviso a navegantes, espetó
- Hoy comemos en la caseta, así que el abuelo que coma el gazpacho que sobró de ayer y habrá que dejarle algo de fiambre- pareció recordar en voz alta.
Su hijo calló, poco más podía hacer, nuestro hombre salió al balcón, estaba cansado. Golpeó una maceta, puesta en medio de la terraza,  y cayó la tierra al impoluto suelo. Volvió para coger una escoba cuando ya la esposa de su marido acudía con escoba y pala. Se echó a un lado y miró como recogía meticulosamente todo el estropicio,
- A ver si miramos- se limitó a decir la arpía. Decididamente hoy estaba de buen humos. El hecho de comer fuera le alegraba el ánimo.
Pronto todos estaban mudados. No entendía el aspecto de su nieta, con esos minishorts parecía más que fuera a la piscina que la feria, pero calló por prudencia.
Su nuera se despidió demostrando que su obsesión por la limpieza no disminuía por el buen humor.
- No me deje todo regado de migas, abuelo, y recoja todo, que si no vienen las hormigas.
Su hijo fue el único se acercó a besarle. Quisiera decirle cosas a su padre, recordar ferias, tardes de toros, mañanas de manifiesto, noches de tertulia. Pero calló.lo importante y sólo pregunto por cumplir.
- ¿Esta tarde que haces?
Su querida esposa le metía prisas en ese instante y por eso no escuchó cuando su padre le respondió
- Esta tarde hay toros, hijo.
Apenas comió, estaba agotado, las dos semanas de hospital lo tenían baldado. En el mismo sillón donde acabo de ver el telediario cayo rendido al sopor de un sueño intenso y reparador.

Las molestas embestidas de una mosca pegajosa sirvieron de despertador, dos veces la apartó y dos veces volvió hasta que le hizo tomar plena conciencia. Rutinariamente miro la hora,
- ¡Las seis menos cuarto!- Exclamó mientras se acababa de despertar.
Se levantó raudo, fue al cuarto, rebuscó en el armario la ajada almohadilla, se puso la chaqueta, tanteo que estuviera la cartera, volvió a abrirla y a recontar los billetes. Rebusco y se cogió un Palmero que tenía reservado para la ocasión.
Salió de la casa rápidamente, cerró con cuidado la puerta y echó la llave. En cuanto le dio el sol en la cabeza, echó de menos la gorra, dudó si dar la vuelta, pero no quería llegar tarde al rito del paseillo. Echó a andar, echaba de menos a su compadre "El Tino" , era la segunda feria que faltaba, siempre habían ido juntos a los toros. Era  el único del pueblo con el que le gustaba hablar de toros. La cuesta se empinaba, la hora era de calor. Le pesó no haber bebido agua antes de salir. No veía a nadie por la calle, según se acercaba al viejo coso le extrañó el poco ambiente,
- "Si no he visto ni un cartel, no yo se quien torea, esta gente no ha hecho publicidad, vamos a estar los cuatro de siempre. Bueno, menos mi compadre. Tampoco te gustaba mucho el rejoneo, Tino, habló entre dientes "
Llegó abrumado por el calor, la debilidad de sus piernas se acentuaba.La taquilla cerrada, las puertas cerradas, muy poco ambiente. Mientras encendía el veguero, se le ocurrió llamar a la puerta principal. Nadie abría, no oía los oles, ni la música.
Levanto la vista. Vio entonces un cartel que anunciaba un espectáculo ecuestre para esa noche a las diez. Comprendió que por primer vez en muchos años no habría toros en su plaza.

Dio la vuelta, echó a caminar. Le fallaban las fuerzas. Iba lento.
Se cruzó con dos vecinos que al verlo con la almohadilla y el puro se dijeron sonriendo
- ¿A donde irá Miguel? Este no se ha enterado de que los toros se suspendieron. La empresa pegó la espantada. ¡Bueno está el alcalde!
Al frustrado espectador le costaba seguir andando, se abrió la chaqueta y dejó al descubierto la blusa del pijama que se había olvidado de cambiarse, se sonrió condescendiente."Vaya, voy dando la nota" pensó, a pesar de que no se había fijado en los ridículos calcetines blancos bajo las chanclas de playa.
Sin embargo su estimada nuera fue lo primero que vio cuando dobló la esquina y lo distinguió de largo. Volvían de la feria con su comadre, la esposa del secretario. Gentes muy finas. Le dio un codazo al marido en las costillas señalando con la cabeza la grotesca figura de despeinada cabellera, camisa de pijama, chanclas con calcetines, puro en ristre y pertrechado con la almohadilla.
-Volvamos- dijo mientras daba la vuelta- se me ha olvidado ir a la caseta de Luisa, la del abogado.

Y entonces, con rabia a regañadientes le espetó a su marido mientras se daba la vuelta para que su delicada amiga no se diese cuenta de que el de las extrañas pintas era su querido suegro.
- Cuidado con el mamarracho de tu padre. Y se piensa que hay toros: este hombre está fatal. Te llevo diciendo un montón de tiempo que a este hombre hay que ingresarlo en un centro. Está fatal y eso es Alzheimer, te lo digo yo.



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