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jueves, 13 de octubre de 2011

Héroes, unos más que otros

Hay muchos lectores que tienen o hemos tenido una imagen distorsionada de Antonio Lorca, la de un cañero impenitente, periodista duro, trasnochado e intransigente, sin sensibilidad y sólo brillante en la más despiadada crítica destructiva.
Quizá, acostumbrados a tantos críticos que pretenden llegar a ser ministros, nos pareció desproporcionada la reflexión honesta, la dureza con las figuras cuando no ejercen, la exigencia del toro integro y con movilidad, el análisis de la realidad con perspectiva de la historia. Será el peaje
por ser independiente, tener criterio, ser profundamente culto de mil culturas transversales al toro y a lo mejor escribir en un medio que manteiene una relación tan especial con la fiesta brava como El País.
Hace tiempo que descubrimos que detrás de Lorca hay un Antonio sensible, un buen aficionado y un hombre bueno.

Este artículo, firmado por Antonio Lorca, fue publicado en el
País el pasado martes. 

La mejor noticia es que el diestro Juan José Padilla está vivo. Se lo llevaron en volandas, casi sin vida, al hospital tras su tremenda cogida en la Feria del Pilar y, más pronto que tarde, seguro que volverá a hombros, victorioso, otra vez, frente a la durísima adversidad de su arriesgada profesión. Es el sino irremediable de los héroes del toreo. Y Padilla es uno de ellos.

Todos los toreros lo son, porque todos ellos se juegan la vida frente a un animal salvaje que, en cualquier momento, puede hacer añicos la ilusión tantas veces soñada de alcanzar o mantener el reconocimiento como figura del toreo.
Pero unos lo son más que otros, también es verdad. Porque no todos los que se visten de luces les rozan las barbas al mismo tipo de toro. Y Juan José Padilla es integrante principal de ese reducido grupo de avezados toreros que debe sortear cada tarde los hierros más duros, los toros más bastos, los más grandes y peligrosos.
Quizá, porque Padilla es un torero fuera de tiempo, fuera de su tiempo; un lidiador de antaño, un torero de ribetes antiguos. Él mismo promueve esa imagen con sus patillas largas y anchas y el diseño singular de sus trajes de luces. Pero está fuera del tiempo, sobre todo, porque la tauromaquia de hoy solo admite y venera al torero de pellizco y sentimiento, al artista creador de filigranas. Y Padilla no lo es. Él es un torero valiente; un luchador indómito, un lidiador con todas las de la ley, un matador que ha tenido la gallardía de abrirse camino en un mundo que no parece hecho a su semejanza. Hoy, los héroes de antaño han dejado paso a los artistas. Desde que Juan Belmonte revolucionó la esencia de la fiesta ni el toro, ni el público ni el torero son ya lo mismo. El primero ha dulcificado su comportamiento, ha ganado en volumen, pero ha perdido movilidad, fiereza y carácter; el torero ya no es un aguerrido luchador contra una fiera, y el público es más sensible, y prefiere arte con becerros que hazañas con toros.
Es la fiesta misma la que se ha modificado por completo, de modo que la lucha -que no es otra cosa que la lidia- entre un hombre y un toro ha dado paso a la sensibilidad artística.
Quizá, por eso, la afición no valora de igual manera al lidiador y al artista. La figura de hoy es un torero elegante, fino, creativo y, muchas veces, algo parecido a un enfermero ante un animal escaso de fortaleza, bonancible y colaborador. Al torero de hoy se le exige un alma embrujada para interpretar con fidelidad la armonía ante una embestida pastueña.
Y quedan los lidiadores, -y Padilla lo es en grado sumo-, que deben buscar la gloria ante legendarias ganaderías, duras, correosas, denostadas por todas las figuras y poco valoradas por el público, ante las que el riesgo, siempre presente en el ruedo, se agiganta.
Sin ser un artista, sin que sus muñecas estén bañadas por la gracia, Juan José Padilla se ha ganado el respeto y la admiración de todos por su entrega, su corazón, su capacidad de lucha y su fuerza para seguir adelante a pesar de tantas tardes imposibles.
El pasado viernes, el infortunio se cruzó en la vida de este torero, y a punto ha estado de perder para siempre su sonrisa. Pero esa horripilante, pavorosa y espantosa cogida no podrá con la fortaleza de este extraordinario lidiador, de este heroico torero que, como todos, está fabricado de otra pasta, capaz de sobreponerse a las más duras desventuras de la vida.
Ojalá vuelva pronto a los ruedos Juan José Padilla. Ojalá esa tarde zaragozana no sea más que una cicatriz en la castigada piel de este bravo torero. Ojalá la imagen escalofriante del diestro herido sirva para renovar el reconocimiento a los héroes que, como Padilla se juegan la vida. Aunque no sean artistas.


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