Paco Cañamero brinda amistad, literatura y toros a su maestro, Alfonso Navalón.
Escribir y torear, con este lema marcaba el ganadero, aficionado práctico y crítico salmantino nacido en Huelva, Alfonso Navalón, sus zahones, monturas, muletas y resto de aperos taurinos y camperos, con esa filosofía vivió toda su vida. La chispa choquera, causante de la bohemia, que su abuelo salmantino achacó siempre al agua que bebiese en Huelva en los apenas meses que vivió en la calle Bocas, le convirtió en un hombre capaz de sucumbir al pellizco que supone pasarse un toro por la taleguilla, de analizar con maestría al toro y al torero en faenas ajenas y de plasmarlo con clasicismo magistral en el papel.
Piensen que quieren estudiar español en Paris de la France y le ponen en la mano un libro de toros, escrito en puro castellano recio, Viaje a los toros del Sol, de obligada lectura en La Sorbona parisina para estudiantes de español, libro escrito por Alfonso Navalón, texto que también debía ser de obligada cabecera de muchos que han querido escribir o torear o ambas cosas o nos hemos conformado con escribir sobre toros.
Piensen en un personaje excesivo, culto, polémico, agrio, entrañable, grande (en el sentido majestoso del término), de verbo cáustico y fácil, eterno don Juan, simpático, carismático, torero, peleón, humano. Con el doble peligro que desarrolla quien sabe de toros y sabe contarlo.
Piensen en el impacto emocional que un monstruo de esa índole provocaría en el alma de un joven aficionado como Paco Cañamero, que tras vivir correerías camperas por el campo charro, con el título de periodista recién herrado, entra para escribir de toros en una rancia redacción de periódico de provincias, El Adelanto, altar de humos y maquinas de escribir.
Piensen en quien se da de bruces con la personalidad arrolladora de un crítico que deambulaba entonces de vuelta ya del mito de las salidas a hombros en Las Ventas y las 27 agresiones documentadas, el cartel de agresores no es malo, Ordóñez, Manzanares, El Cordobés… Capaz con un sólo artículo de robarle un rabo ya cortado a Palomo y de que destituyeses a un comisario de policía en el tardofranquismo del 72, de un escritor que marcaba criterios en la afición y en los profesionales.
Imaginen que cuando, tras leer teletipos, escribir opiniones, seleccionar fotografías, mientras el maestro alecciona a quien ya ha tomado como discípulo, la página taurina queda montada, imaginen digo, que el ídolo coge la americana y espeta al meritorio con ese tono que no admite negativas,"Niño, vamos a tomar algo" y entonces empieza la lección. Escribir y torear.
Piensen en esa Plaza Mayor de Churriguera, de callejuelas intrincadas y tabernas malditas, de estudiantes calaveras y maletillas en busca de tentaderos en los cortijos señeros, piensen, imaginen la noche de farra, de copas y palabras y humos, recuerdos y sueños y toros y toreros. Y piensen en la amistad eterna. Y en el toreo eterno.
Y piensen que un día el maestro se marcha a las dehesas celestes del toro bravo y que el aventajado catecúmeno se queda huérfano y sólo es capaz de escribir, de escribir toreando por el maestro eterno.
Este es el resultado: Alfonso Navalón, Escribir y torear, por Paco Cañamero
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