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sábado, 13 de noviembre de 2010

Ha muerto Luis García Berlanga,

Nos enseñó a reírnos de nosotros mismos despreciando la prepotencia del fuerte con el orgullo del humor en Bienvenido Míster Marshall, demostró que para el artista no existe la censura en El Verdugo, su ironía y mordacidad llegaron al culmen con Los Jueves, Milagro. fue un rojo bueno con quijotesca alma de español, reflejó la transición con La escopeta Nacional y  nos hizo reírnos de nuestra tragedia con La Vaquilla.
Un buen tipo y aficionado al toro
Así de bie lo contaba Gabriela Duyos en La Razón Justo unos días antes del desastre del ejército español en Annual, en 1921, nació en Valencia uno de los más geniales directores del cine español. Sus padres ya tenían tres niños y Luis fue la “niña” esperada de la familia. Muchos años más tarde, a su prima Maruja le comentó:“Menos mal que vivías en casa y eras como nuestra hermana mayor; acabo de ver un álbum de fotos de cuando era niño y estoy lleno de


bucles, volantes y puntillas”. Desde muy joven se dio cuenta de que tenía alma de viejo verde y de que

era supersticioso: ya desde aquellos años mira a escondidas escaparates de ropa interior femenina y tiene la manía de llevar palillos en los bolsillos para tocar madera en momentos de posible peligro.

Se estrenó como espectador de corrida de toros siendo muy joven. Fue en la plaza de toros de Valencia,

un 24 de julio de 1942. Manolete, nada más y nada menos, cortó a un toro las dos orejas, el rabo y las

patas. “La corrida de toros del siglo”. “Ojalá hubiera guardado esa entrada: ahora sería multimillonario”.

Lo más gracioso es que duró en la plaza…, no llega a los veinticinco minutos. No más, porque le provocó

muchísima tensión ver la fiesta tan de cerca. Desde entonces, tranquilo,las ve por televisión y acude a la

prensa para leer las críticas y a los telediarios; pero siempre muy pendiente de los toreros valencianos.

En esa misma época, empezaba Luis Miguel Dominguín.

El excelente pintor Ricardo Zamorano le hizo un retrato al óleo al torero y Berlanga tuvo la suerte de posar

para las manos que sujetan la montera. Mantuvo amistad durante muchos años tanto con el torero como con el pintor. De hecho, de joven compartió estudio en Madrid con Zamorano y se inició como cartelista.

También recuerda haber mantenido amistad con los toreros valencianos Vicente Barrera y Rafael

Ponce “Rafaelillo”, (tío-abuelo de Enrique Ponce); y haber sido gran amigo de dos grandes aficionados,

valencianos y escritores: Rafael Duyos y Fernando Vizcaíno Casas.

Estuvo desde la infancia rodeado de mucha afición taurina; pero nadie fue capaza de quitarle el miedo.

Tiene muy claro que él nunca hubiera sido torero. Aunque sí habría preferido estar delante de un toro a ir a la guerra. A Luis le movilizaron en el bando republicano al comenzar el año 1939; pero al terminar

la guerra, como su padre había sido condenado a muerte por las autoridades franquistas, se fue

voluntario a Rusia con la División Azul para propiciar el indulto, que se logró en 1942.

Admira mucho a los toreros porque piensa que hay que tener un gran valor para salir al ruedo y enfrentarse a un toro. (“Hay que tener pelotas para ser torero”). Le parece una profesión

muy respetable en la que se juegan la vida a diario y que muchos de ellos, por su coraje y arte, logran

tener carreras muy brillantes. El arte del toreo es para Luis de una categoría tremenda, sin lugar a dudas.

Recuerda que, cuando era joven, algunos novilleros quisieron que él fuera su apoderado, por su gran

amistad con muchas personas relacionadas con el mundo de los toros y por su don de gentes. Recomendó a muchos toreros en plazas valencianas como la de Utiel de donde procede su familia; pero Berlanga es por naturaleza despistado y olvidadizo y aquello terminó en poco tiempo.

Por lo que se conoce a este vergonzoso célebre valenciano es porque es director de películas como “Plácido” (1961), “El Verdugo”(1963) y “La escopeta nacional” (1978) Todas ellas reflejaron los dramas de

la sociedad española, las decepciones, las alegrías y las aficiones, como la tauromaquia. El cine berlanguiano contiene escenas desternillantes, otras muy crudas y hasta absurdas que no son ni siquiera

invención suya.

-Oye, Maruja: no hacen más que decirme que soy un exagerado, que las cosas que pasan en mis películas no pueden ocurrir nunca. ¡Y tú sabes que son anécdotas familiares…!

-Pero tú no lo digas ¡no se te ocurra defenderte! ¿qué van a pensar de nosotros? -le respondió alarmada

su prima.

En el guión definitivo de “Calabuch” (1956) el actor José Luis Ozores aparece toreando en la playa como

final de la secuencia de las fiestas del pueblo. (A Luis se le ocurrió este personaje leyendo el libro de Cossío, donde se enteró de los toreros trashumantes).

El guión de “La Vaquilla” (1985) fue uno de los primeros que escribió y siempre se lo prohibía la censura. Luis cambiaba el título y un par de situaciones, lo presentaba de nuevo… y no “colaba”. En el guión definitivo que firmó con Rafael Azcona, -ya abolida la censura tras la muerte de Franco- eligieron

como símbolo de lo absurdo de la guerra al protagonista de la fiesta de los toros y a la vaquilla.

Para finalizar la película se iban a rodar varios planos; pero por culpa de un incendio que se inició en un

monte cercano donde estaban filmando, sólo se hizo uno: aparecían las banderillas clavadas en el pescuezo de la vaquilla, ya muerta, entre las dos trincheras, en tierra de nadie. Una de las banderillas, con los colores republicanos, la otra, con los de la bandera nacional. Luis afirma:

“Ahí estaba el absurdo de la guerra y la responsabilidad de ambos enemigos”.

Olfatea que se va a ampliar la afición a las corridas de toros con el paso de los años, a pesar de que en

España haya bajado el número de aficionados. “La universalidad de la fiesta taurina y de los toros es

incuestionable”. La tauromaquia seguirá inspirando grandes obras de arte en la pintura, la escultura, la

poesía, la novela y el cine. No acabarán con sus mayores valores plásticos que son la luz, los colores, el

movimiento y la geometría entreverados con el profundo misterio de todo ser humano: el valor, el miedo,

la vida y la muerte .La vida y la muerte. El tabú de Luis García Berlanga. Por eso quizá sólo ha sido un espectador virtual de los toros, desde su localidad imaginaria más allá de la andanada de sol. Y por eso ha resuelto el dilema con la única chulería de su vida: “… De hecho no me pienso morir nunca…”

Es una mezcla fallera de “ninot indultat” y de bravo cinqueño que hay que salvar del volapié: ¡Florito,

saca al ruedo a los cabestros, que este quinto de la tarde -“Berlanguito”- se queda para siempre en la

dehesa…!

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