Fidelidad torera
Hay toreros que nacen, crecen y mueren con su gente, y hay gentes que saben vivirse al lado de un matador. Hay hombres de una sola mujer, como cuentan que hay mujeres de un solo hombre, como hay casas que sólo entendemos vividas por un propietario o caballos de un solo jinete y jinetes de un solo caballo. En ocasiones estas relaciones unívocas se producen por cierta suerte de selección natural, en otras es el deseo irrenunciable y voluntarioso de una de las partes el que incita a esa fidelidad a ultranza de la otra. Los casos más admirables son aquellos en que son ambos protagonistas que deciden mantener ese voto de cabal probidad.
Hay relaciones en que esta forma de entender la fidelidad se marca a fuego en la trayectoria profesional, y acaba transcendiendo de lo laboral a la faceta más humana para saltar de lo terrenal a lo eterno de forma natural pero infranqueable.
Esta fidelidad se hace muchas veces necesaria en el toro y sus gentes, por el carácter especial de una forma única de entenderse, jugando siempre entre la muerte y la vida, donde un fallo de entendimiento puede suponer la cornada y donde una duda es la diferencia entre el triunfo y el fracaso. Una mirada es una auditoria de prevención de riesgos laborales, un atisbo de gesto se transmuta en un profundo tratado de tauromaquia y un capotazo certero es un cossio explicativo de virtudes y defectos del burel.
Pepe Pirfo, fue uno de tantos que en su primera juventud quisieron ser gente en el toro y no llegaron a lo que quisieron. Luego, sus triunfos como profesional no los hubiera cambiado por casi nada (siempre queda el sueño rebelde). La vida lo llevo por sendas de triunfo junto a toreros humildes, con compañeros de capeas al principio para rematar los más grandes, Puerta, Paula, Litri, Gallardo, Clavel, son nombres que adornan el historial de este torero al que, hoy que se cumplen tres años de su muerte, aún hay días que creemos verlo pasear por el Paseo Independencia, terno claro, personal mascota, y estamos dispuestos a ganar una hora tomando un café mientras recordamos recuerdos ajenos que se hacen propios, y aprendemos de ciencias complejas como el toro la vida y la hombría de bien.
La relación con Pirfo, siempre para mi Don José, yo para él siempre Niño, era sencilla, la franqueza, la historia, el cariño, el conocimiento y la admiración eran las bazas que siempre tenía a su favor el torero onubense. Luego ,sus silencios eran clarísimos y sus palabras escondían verdades que debía callar y mentiras que era conveniente consentir.
Antonio Borrero “Chamaco” fue un torero impredecible en todo, excepto en su genialidad y en su raza. También en la fidelidad entendida de manera racial y enrazada. Su trayectoria lo hizo marchar pronto de Huelva, sin olvidar nunca el terruño al que volvió para vivir, para amar, para invertir y para morir ahora hace un año. En su cuadrilla encontró acomodo durante los cincuenta, la década prodigiosa del onubense, y los sesenta, década de idas y venidas más o menos brillantes, Pepe Pirfo, figura entonces de los de plata, siendo tercero. Antítesis del antiguo pastelero, comedido, recto, en el mejor sentido de la palabra, bueno. Se produjo la simbiosis mágica y nació la voluntad férrea de ambos de torear juntos. Así lo hicieron.
Sin embargo el escandallo que marca la auténtica dimensión de la fraternal relación que existía entre los toreros se marcó en el 64, cuando Flores “Camará” ofreció una apetitosa reaparición para Chamaco, con exclusiva de diez contratos por siete millones “limpios” en plazas “cómodas”. Por cierto, entre los flecos de aquella reunión, Antonio negoció , que el taurino ayudase al valiente torero triguereño Pablo Gómez Terrón. Enterado de la noticia de la reaparición, Pirfo se puso a disposición de su torero. El héroe de la Barcelona taurina renunció a tener a su lado en los ruedos a su hombre de confianza, así se lo explicó en la emblemática y nunca bien ponderada “La Esquinita Te Espero”
- Sigue con Diego (Puerta) ese tiene más motor, más recorrido. Yo vengo para diez y el está para sesenta y tu casa es lo primero.
Cuando Pirfo insistió, por ese comentado sentido recto de la fidelidad sin matices que tienen las personas de calidad muy especial, el torero respondió con guasa y un argumento tumbativo y propio del genial torero del barrio del Matadero.
- Y además, ese va a matar cositas más cómodas que yo.
(Creo recordar que Diego Valor atesora más de cincuenta cornadas de esas ganaderías cómodas. Las plazas que por aquellos años gestionaba Camará eran del orden de Palma de Mallorca, Sant Feliu de Guixols..).
Sólo quien alguna vez ha mirado, náufrago de argumentos, hacia el burladero de la confianza, donde se asoma tras la esclavina de un capote la seguridad de un consejo que aclara las ideas, puede entender el esfuerzo que suponía este gesto de apariencia venial para el genial Chamaco.
Solo quien gozaba del privilegio de ser hombre recto, de mantener principios más valiosos que cualquier sueldo, sabe como le dolió a Pirfo dejar huérfano a su torero. Recuerdo a un viejo mozo de espadas que me decía que se retiraba con su torero con unas razones irrebatibles, “después de haber ido con el mejor, no puedo ir con nadie”. El mejor para Pirfo fue Chamaco.
Los dos se nos fueron, Pirfo hizo antes de ayer tres años, Chamaco hará pasado mañana su primer aniversario en las marismas del cielo, donde ya se ha encontrado con el alma de su tercer hombre. Los dos estás siempre en nuestra memoria y sentir torero, los dos torean eternamente con el señorío de los elegidos.
Joder, que bonita historia de matices y recuerdos, me has hecho llorar
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