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martes, 9 de marzo de 2010

Un síntoma.

Durante las sesiones en el parlament, sito en el Parc de la Ciutadella, plaza por cierto de primera categoria y máxima responsabilidad, con motivo de la Iniciativa Legislativa Popular, una serie de parlamentarios usaron el español para dirigirse a José Miguel Arroyo, que trabajo me cuesta lo de Joselito. Se dirigían a él en un español bello y dulce, que deriva del latín y que se parla al norte del Ebro y hasta los Pirineos y la brava tierra de Huesca.

Este uso del idioma como arma arrojadiza es un escandallo, una muestra clara de lo que ha pasado estos días en que se hablaba de la ILP que pretende la prohibición de los toros en Cataluña.
Los parlamentarios catalanes son todos poliglotas, todos conocen varios idiomas españoles, al menos dos: el que se habla en el antiguo condado y en el que nos entendemos en todo el territorio nacional, sin reminiscencias. Ellos sabían que José Miguel Arroyo es castellano, de nacimiento y de morada, y conocían que sólo habla ese español nacido en mi amada Rioja, el mismo que se extendió por Castilla y todas las españas.
Psicoanalizando esta vergonzosa actitud se nos ocurren varias razones para que en 2010 y en un parlamento presuntamente democrático, presumiblemente español y manifiestamente estúpido, unos representantes del pueblo pagados por todos los españoles, osaran usar uno de los dos bellos idiomas de Serrat como instrumento para no entenderse, en una muestra de mala educación, de torpeza dialéctica, de prepotencia racial y de extrañamiento hacia el distinto.
Si pretendían con la faena que no se les entendiera, pincharon en hueso, dice José Miguel Arroyo que se quedaron a medias. Si su intención era que se percibiera una realidad idiomática diferenciada, pitos y bronca. Durante toda la estancia del torero en Barcelona, José Miguel se entendió sin problema con el taxista, con el camarero, con el ujier, y, lo que más duele, con esos mismos imprecadores, cuando no tenían micrófonos encendidos.
Su falta de educación sólo sirvió para que todos percibiéramos que entre la sociedad civil, las preocupaciones reales, la forma de vivir, de hablar y de relacionarse de la gente de la calle en Cataluña y el parlamento que cree representarla hay una distancia tan grande como la que media entre la clásica hospitalidad y el seny catalán y la moderna manía de ciertos sectores de imponer sus criterios contra todo lógica.

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