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viernes, 18 de diciembre de 2009

Espla en Paris de la France

Luis Francisco Esplá dictó una lección magistral en el Centro de Estudios Hispánicos de la Sorbona
«Siempre estuve con los proscritos, por eso soy torero en la España posmoderna»

Luis Francisco Esplá cerró su conferencia excepcional sobre «La ética del toreo» en el Centro de Estudios Hispánicos de la Sorbona, donde profesaron Jorge Guillén y Pedro Salinas, con una declaración de fe, heroísmo y extrañeza: «Yo siempre he estado con los marginales, con los proscritos. En Roma, hubiera sido cristiano. En la Alemania de Hitler, judío. Quizá por eso he sido torero en la España posmoderna...»
Invitado por la directora del centro, Annie Molinié-Bertrand, acompañada por un areópago de profesores universitarios de historia de la cultura, literatura española del Siglo de Oro, filosofía e historia de las ideas estéticas, Esplá fue presentado por Araceli Guillaume-Alonso, profesora de literatura clásica española, y Pedro Córdoba, especialista en literatura española, como un gran maestro del arte del toreo, tratado con los honores de un gran artista de su tiempo.
Hombres de acción
La invitación a Esplá culmina una larga década de estudios universitarios franceses consagrados a muy distintos aspectos del arte taurino. Los organizadores pidieron al gran maestro una reflexión íntima sobre la ética del toreo. Y Esplá dio una lección magistral, de una envergadura excepcional, con rarísimos precedentes entre los grandes matadores de toros, en los que prevalece la condición de hombres de acción.
A juicio de Esplá, hay tres aspectos esenciales en la ética del toreo: la relación entre el torero, el artista, y su «materia», el toro; la ética interna de la historia del torero y el toro; y el debate final, determinante, de la articulación práctica de esas relaciones, a lo largo de una faena que no podrá repetirse: «Un poeta, un escritor, un escultor, pueden trabajar su obra una y otra vez. Un torero está condenado a realizar su faena una sola vez. Se lo juega todo».
De entrada, Esplá considera que la «materia» del arte del toreo, el toro, «es un material sublime. El toro aporta la conciencia de la tierra, la relación de esa conciencia animal con su espacio, con su entorno, su vehemencia». Con ese «material», al que se respeta, se admira, el maestro debe realizar una faena a través de la disciplina de su arte, que tiene muchas cosas en común con la religión (el rito, la ceremonia), con la milicia (la disciplina, el deber, la soledad última ante la muerte), con la coreografía (preparando su faena), con la música (soñando una sinfonía), con el teatro y la dramaturgia más altas (puesta en escena de un rito)...
A juicio de Esplá, el proceso creador del gran arte del toreo se consuma a través de un «diálogo», mortal, entre la animalidad noble y sublime del toro y la sabiduría técnica y estética de un torero intentando plasmar su inspiración.
Dirigiéndose a profesores universitarios de filosofía, historia de la cultura, literaturas comparadas y estética, en la Sorbona, Esplá no dudó en adentrarse por las tierras de la más alta especulación estética y estética, sin olvidar nunca el terreno propio de la actualidad y el espectáculo dirigido a todos los públicos, a los aficionados de la más distinta índole.
Esplá estima que, en definitiva, el arte taurino es una iniciación ejemplar a los más nobles principios morales, amenazados en nuestra sociedad inmoral y relativista: una ética caballeresca, una defensa ejemplar de los principios cardinales de lo bueno, lo bello y lo justo. «Incluso cuando sufre gravemente, cogido en una plaza, por las astas de un toro, el torero incluso está agradecido al toro: es ese sufrimiento suyo el que justifica de la manera más alta su arte, su oficio», comentó Esplá, agregando: «El torero no percibe la cornada como un accidente. La recibe incluso con agradecimiento íntimo y secreto: ese sufrimiento suyo da su sentido último a su arte».
Valores olvidados
A juicio de Esplá, «el arte del toreo nos recuerda cada tarde muchos valores esenciales, olvidados por nuestra sociedad: la honestidad del hombre y el toro, solos; la sinceridad absoluta de quien se lo juega todo con un gesto; la fidelidad a unos principios de comportamiento, incluso a la hora de matar: el torero mira de frente, no engaña, y oficia un sacrificio ritual, con arte, un arte indisociable del gran teatro, la gran dramaturgia, pero un teatro y una dramaturgia en la que está en juego la vida misma». En definitiva, un arte de morir y vivir con gracia, un arte de aprender a morir mirando de frente, con entereza, como hombres solos, ante todos los peligros.

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