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jueves, 25 de diciembre de 2008

Alfonso Navalón

Se me saltaron las lágrimas con este artículo, dejando a un lado la mala milk del salmantino, y alguna apreciación subjetiva, no se puede escribir mejor, expresar sentimientos sin atisbos de cursileria, definir en cuatro trazos el arte antiguo del toreo. Un placer que os dejo para aquel majaron que quiera leer algo con raza y casta en este día de hartazgos y sentimientos bobalicones y dulces.

Un tentadero con la Peña 21. O como se puede volver a soñar el toreo.

Alfonso Navalón
La ganadería y la finca de "Terrones" han estado a la cabeza del abolengo y la historia del toro bravo. Desde el siglo XVIII andaban ya en los carteles y en las reseñas de los más famosos revisteros.

Luego se modernizó con los Contreras de aquel famoso desecho de Murube del que tanto se arrepintió el ganadero porque salían mejores que los que había seleccionado para él. Carlos Sánchez Rico y sus hermanos murieron solteros y la finca la heredó su sobrina Paloma que fue el sueño de todos los solteros de buen ver de la época. La llamábamos "Chichi" cariñosamente y era el prototipo de la belleza tradicional con una mirada dulce y el trapío discreto de mujer bien plantada pero sin la menor provocación. Una mujer educada, cariñosa y de trato exquisito. Todavía cuando vuelvo por Bilbao hablamos de ella con un médico que en sus tiempos de estudiante de Salamanca estaba loquito por ella. Y Paloma, en su deslumbrante juventud, acabó casándose precisamente con un famoso pintor bilbaino, Eduardo Basterre, también señorón y discreto. El pintor vio claro que el caserío de "Terrones" era el sitio ideal para dedicarse con sosiego a su profesión y en un pajar cercano a la casona instaló un estudio luminoso donde se pasa las horas coloreando lienzos. Paloma a pesar de vivir largos años en Madrid también volvió a sus raíces camperas. Y se dedicó a restaurar las viejas estancias respetando la tradición de los carteles o los cuadros valiosos de Julián (un pintor que retrataba con la misma minuciosidad que un fotógrafo) y el primor de los muebles decimonónicos, las sillerías y los aparadores de Art Nouveau. No falta nada de lo que tenía Carlines, sólo que ahora hay whisky, ginbra, Jerez, Coca-Cola y canapés.

En una mañana lluviosa de diciembre nos hemos vuelto a reunir los supervivientes de una época donde el campo y el toreo eran mucho más auténticos que ahora. Otra vez hemos vuelto a contemplar en el portalón y en la inmensa cocina toda la historia del toreo en fotografías dedicadas por Juan Belmonte y Joselito, de El Gallo, Gaona, pasando por Marcial Lalanda, hasta llegar a Paco Camino y los hermanos Esplá que fueron los últimos que vivieron en esta casa cuando los toreros se pasaban el invierno entero en el campo preparándose para la temporada. Antes que algunos gilipollas como Fran Rivera o Mijosé Hortera Plano convirtieran esta profesión en un circo.

En estos tiempos donde la fiesta se hunde es consolador estrenar una plaza de tientas hecha a capricho con barandas de forja antigua en el palco y chimenea para calentar los riñones. Lo bonito de la plaza es que está en un alto. Los antiguos hacían los caseríos en la brigada de las hondonadas. Desde el nuevo palco de Terrones la vista se pierde en la inmensidad de los encinares hasta un horizonte recortado por las nieves de la sierra de Francia. Allí nos juntamos un centenar de amigos de Madrid, San Sebastián y unos pocos de Salamanca. Juan Carlos Carreros con el que tuve un duelo en el ruedo provocándolo para que saliera a torear. Todos somos ya viejas glorias. Alipio Pérez Tabernero ya no es aquel chavalín travieso al que yo ataba a las patas de la camilla para hacerlo rabiar, cuando vivían en un pisito detrás de San Juan de Sahún, vecinos de Paco Galache que también se compró un piso lindero con el dinero que cobró cuando vendió a mi familia un cuarto de "El Águila", la mejor finca de montanera de la provincia, donde pasaron la guerra dos hermanas monjas de los Cobaleda que eran "las señoritas de El Águila" y todavía las recuerdo cuando iban a misa al pueblo en una tartana con capota.

Después de la tienta hubo merienda y tertulia en los salones y otra vez nos llenamos de recuerdos viendo las viejas fotos de los grandes toreros que pasaron por "Terrones". Allí estaba resumida toda la historia del toreo desde los años veinte. Ahora los empresarios las pasan moradas para organizar una feria porque no hay figuras ni segundones con atractivo. En aquella época Eduardo Pagés montaba tres corridas el mismo día y todavía le sobraban figuras. Desde Manolo Bienvenida hasta Domingo Ortega, pasando por Chicuelo, Félix Rodríguez (uno de los toreros más completos de la historia al que no se le ha hecho justicia), Gitanillo de Triana, Cagancho y una baraja de lidiadores distintos con sello personal a los que Ponce y el Juli no le servirían de secretarios.

Desde Terrones me fui a dar una conferencia a Lumbrales, pegando a Las Arribes del Duero y Portugal. La gente pagó cuatro mil pesetas por la cena y el salón estaba hasta la bandera. Estuve más a gusto y más entregado que en un auditorio de primera. Al día siguiente a media mañana llegaron a El Berrocal los de la Peña 21 de Logroño que llevan visitándonos veinte años seguidos y otra peña de Castellón. El desastre del rentero no tenía ni leña para hacer lumbre ni las vacas encerradas y fue todo un espectáculo ver encerrarlas dándole voces desde un todoterreno con un saco de camperina. Los de la Televisión riojana grabaron asombrados esta estampa insólita y a la hora prevista empezó el tentadero, después de un tentempié de la abundante intendencia que traían los riojanos. Cuando por la noche caí rendido en la cama se me juntaban las emociones de un día inolvidable. De cuatro vacas una fue la típica mansona ideal para el torero y las otras tres completísimas de bravura, clase y nobleza.

Dijeron los de la Peña 21 que no recordaban otro tentadero más brillante. Y yo que he perdido toda la ilusión de ser ganadero por la cantidad de humillaciones que nos hacen soportar los taurinos veía con pena tener que dejar en otras manos el fruto de veintiocho años de selección. Me dio más pena ver a un torero como Andrés Sánchez que ha perdido el tren de las grandes ferias cuando se encuentra en plena madurez, toreando con un gusto y un temple que fue el asombro de todos. Ahora ya es dificilísimo encontrar un torero que sepa hacer una tienta. Le dan un montón de capotazos, no aciertan con la distancia y casi nunca las dejan fijas al caballo. Cuando las dejan en suerte la vaca queda de espaldas al picador.

Después de tres años sin torear tuve que cabrearme para enseñarle a los nuevos como se pone una vaca en suerte con un solo capotazo. Luego sentí una emoción todavía mayor. Andrés me ofreció la muleta cuando apenas le había dado una docena de pases a la segunda. Debió ser un milagro porque le di dos series cortas de naturales como jamás había toreado en mi vida: Citando con el medio pecho, adelantando la muleta plana y ligando el siguiente ganando un paso. Manolo González grabó esta faena para ponerlo como ejemplo en su programa y explicarle a sus telespectadores la diferencia entre cómo se debe torear y cómo se destorea ahora. Por la noche no cabía dentro de la ropa ante el fervor que levantó aquella brevísima faena. Me costó dormir. Es como si de pronto volvieras a querer a una mujer que ya dabas por perdida. Lo malo es que ahora con esta edad y esta barriga es muy difícil hacerte a la idea de volverte a poner delante ni de una becerra de bandera. Ahora pienso lo bien que se lo estarán pasando mi hermano y mi hija navegando por El Nilo y viendo las maravillas de los faraones.

Pero no cambio ese viaje por el sentimiento de torear como si fuera soñado.

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