Páginas

martes, 23 de octubre de 2007

117 años bautizando bravura en "la Torre"





HERRADERO EN LA GANADERIA DE GUILLERMO ACOSTA
117 AÑOS BAUTIZANDO BRAVURA EN LA DEHESA “LA TORRE”
A pesar de la aversión enfermiza que por la vida social padezco, no puedo evitar acudir a bodas bautizos y comuniones. Últimamente observo que los bautizos se han convertido en acontecimientos sociales con fiestas desproporcionadas, ágapes interminables, galas inverosímiles, incluso en alguno me consta que existe una lista de bautizo o cuenta corriente ad hoc.
En las ganaderías de bravo, una vez clausurado el año ganadero el 30 de Junio y pasados los calores estivales comienza el recuento y la presentación en sociedad de los chotos nacidos en su mayoría durante la primavera, este bautizo, con inclusión en los libros sagrados de la ganadería consiste en esta casa de Guillermo Acosta en una ceremonia sencilla, sin más invitados que la familia y aquellos que van a trabajar, en fin un rito al antiguo modo, sin alharacas ni galas innecesarias, se cristiana a la antigua manera, sin hacer ascos a los avances que facilitan y evitan riesgos en la labor, una faena campera ancestral, primer contacto del ganado bravo con los corrales, la burocracia, la sanidad, y en definitiva con ese amigo mortal y acérrimo cual es el hombre.

Todo comienza el día anterior, cuando sin prisa pero sin pausa se encierra a los becerros en el cercado que está más próximo a los corrales, donde se ha colocado el mueco para la labor del día siguiente.
Gracias a la experiencia y las magnificas instalaciones para el manejo del ganado bravo que posee la finca, la mayoría de los noveles se aparta sin mucha brega, pero siempre existen unos cuantos que se niegan a abandonar a la vaca madre, o que una vez separados buscan o hacen portillos por donde volver al calor materno. Entonces es cuando la labor del vaquero se hace fundamental. Hasta hace poco a caballo, ahora, ante la escasez de hombres de campo, en palabras de Victorino Martín Andrés, ayudados por todoterrenos, agallas y conocimiento de los terrenos y las querencias, se trata de separar a dos animales bravos que se dejan la vida en el empeño de seguir juntos. Es curioso ver correr a la collera madre-hijo hasta el agotamiento, es entonces cuando el amor de madre se muestra en forma de bravura y la vaca se revuelve contra todo lo que ve, caballo, coche o alambrada. Pero la guerra está perdida desde hace siglos y el hombre vence por agotamiento y conocimiento del instinto, el becerro saca casta y arremete, está agotado por las carreras y de repente se ve rodeado por dos fuertes brazos que con seguridad y velocidad pasmosas lo tumban, lo empiolan y llevan con sus colegas de camada.
Atardece en rojo en “La Torre”, la magnífica finca donde la familia Acosta cría y mima la bravura, cuando se acaba la faena, la dehesa es un valle de mugidos de plañideras madres que claman por la presencia de aquel que llevaron en su seno y han defendido en los cercados con admirable instinto. Desde el cercado la respuesta partiría el corazón de cualquiera, la piara de becerros es un clamor, se encuentran desorientados y hambrientos, es el primer día de guardería para estos aprendices de toro que durante cuatro años serán los señores de esta dehesa situada a un tiro de piedra de Huelva, en término de San Juan del Puerto y en ese triángulo de la bravura situado entre Trigueros, el propio San Juan y Gibraleón.
Lenta y cadenciosa es la secular tarea
Por la mañana del día del herradero todo es actividad, el ganadero distribuye medios y funciones con precisión y sencillez, cada cual tiene una misión. Se respira aire con aroma vetusto y recio, como las instalaciones de la finca. Se han unido algunos amigos y aficionados a la plantilla que habitualmente trabaja en la explotación. Cuatro en los pasillos que separan los corrales para manejar el ganado, largas y bastas garrochas los ayudan en la tarea, al lado del mueco un hombre se encarga del fuego para los hierros, tres más enmuecando al becerro, Inma la veterinaria con sus avios de vacunar, su cuaderno de campo y su libreta de control, José Bueno a los fogones, el ganadero también con su libreta casando números con nombres y crotales. Lento es el trasiego, las prisas en el toro son para los malos toreros y los malos ganaderos, el trabajo es concienzudo y despacioso, se corralea al ganado hasta apartarlos y que entren al cajón de herrar uno a uno, una vez en el cepo se marcan a fuego en el lado derecho del animal con cuatro cuños: la U de la Unión de Criadores de Toros de Lidia en el anca derecha, en los costillares el número de de orden de la ganadería, las hembras correlativas desde las 290 en que se finalizó el año pasado, los machos empezando por el uno, en la paletilla el guarismo 7, correspondiente al año ganadero en que nació, una imposición legal desde los años 60, promovida desde la prensa por el maestro Navalón, para evitar fraudes, y por último en la pata, debajo de la U, el hierro de la ganadería. En lugar de las aguas del Jordan, es otro de los cuatro elementos esenciales para los griegos, el fuego, el que sirve para esta solemnidad inciática, fuego que traslada el hierro a la piel del becerro, Se canta el número de crotal y se casa con el marcado en las espaldas. Ya está bautizado de forma indeleble, se aprovecha el manejo para vacunar y sanear al ganado, se le hace la señal de oreja, se quita el crotal, se le corta el rabo para que la identificación sea más fácil en el campo, se ayuda con spray cicatrizante a cauterizar las heridas y se le vuelve a dar libertad a la pradera donde le esperan sus quintos.
El año no ha sido pródiga la paridera, de las ciento tres vacas de encaste propio en edad de madrear que pastan el “La Torre”, sólo setenta becerros han llegado a este primer proceso de la cría y selección del toro de lidia. De las seis docenas el ganado femenino es mayoritario. Es fácil hacer cuentas: treinta machos, entre accidentes, enfermedades, y taras diversas llegaran a la edad adulta en torno a veinticuatro, cuatro encierros justos de esta ganadería donde el representante, Marcelino Acosta, puede llevar de verdad las reatas en la cabeza.
El trabajo se alarga hasta que el sol ha pasado con mucho el mediodía, algunos animales reticentes a entrar en la mangada se hierran a la manera tradicional, se agarra con ellos un mozo bravo que los prende por la testuz, otros ayudan volteándolo por las patas y con el animal en el suelo y tres hombres sujetándolo, se le aplican los hierros candentes y el resto de procesos, el trabajo así hecho es penoso y el riesgo de accidentes, tanto para los vaqueros como para el ganado, se multiplica en proporción geométrica, pero esta añeja casa ganadera que es celosa guardiana de las antiguas formas, demuestra así que conoce los dictados de la tradición.
Reponiendo fuerzas y gozando la dehesa
Olor a pelo quemado en el ambiente, solera en las voces que cantan números y nombres, se acaba de aviar el último animal con la satisfacción que produce saber que se ha dado cumplida cuenta de una faena del campo bravo que en esta misma dehesa y de forma ininterrumpida se ha venido haciendo por esta familia Acosta Garrido al menos los últimos ciento diecisiete años. Sin parafernalias, como los cristianos viejos que consagran a los vástagos de la familia, se pasa a degustar comida campera, unas sopas de pan que resucitan a un muerto y una caldereta con carne de ternera de lidia que el cocinero ha tenido a punto para el momento exacto. El almuerzo es tranquilo como toda la jornada, la conversación amena, la compañía inmejorable, la sobremesa se prolonga.
En el cercado de los corrales braman todavía nerviosos y con la mosca de este caluroso mes de octubre detrás de la oreja, los recién llegados a la ganadería de bravo, una guitarra se templa al oído de Alberto Pulido, desde el porche de la vieja casa ganadera Contra el horizonte, y con los edificios de la capital como fondo, los erales pastan en el barbecho de la campiña de esta más que secular fabrica de bravura.
El ganadero, caballero de negra montura, campea entre los Benítez Cubero. Silencio y despaciosidad en el andar de los caballos. El mosquero de la jaca es metáfora del equilibrio, la cadencia y despaciosidad con que se van a criar los añojos durante los próximos cuatro años. Luego…sólo Dios sabe luego cual será el destino del cardenito dolorido y bravo herrado con el 44 que sigue mugiendo penas de ausencia en “la Torre”.

1 comentario:

  1. Hello,nice post thanks for sharing?. I just joined and I am going to catch up by reading for a while. I hope I can join in soon.

    ResponderEliminar