Manolin.
Jose
Ruciero
Hace unos días nos dejaba Manuel Prieto
Polo, conocido por todos en el mundo del toro, como Manolin. Reconocido mozo de
espadas y ayuda de numerosos toreros de
Huelva y de todo maestro foráneo que pisaba nuestra capital y provincia.
Hombre prudente, de los de atrás, callado,
en su sitio y siempre dispuesto a
darnos una lección teórica a todos los que queríamos conocer algo más de la
historia taurina de su época.
Conoció en profundidad el toreo, y fue
testigo del bullicio y apreturas de los callejones. de la soledad de una
habitación de hotel, donde ayudaba a despejar el miedo latente que aparece
previo al trance de la lucha entre el torero y toro,
Ese miedo, ese, silencio intimo, que estos hombres opacos asimilan en ese
ritual de vestir al torero.
Manolin como
ayuda, tenia, una tarea complicada, atender a los picadores y banderilleros y
como mozo de espadas, estar pendiente de lo que le pedía su matador. Tempranero
y presto, una de las primeras tareas era
descargar el equipaje en el hotel. Las maletas, con los vestidos para la
ocasión, y las patas de hierro y monas de los picadores que suben y bajan.
Después al sorteo, o se quedaba limpiando los trastos del matador y de los
banderilleros.
¡Cuantos capotes y muletas limpió Manolin, con su
cepillo de púas de latón, para arrancar la sangre incrustada y retirar la arena
adosada, de innumerables tardes de
glorias y porque no, también de fracasos!
Permanentemente al
abrigo de las tablas de la Plaza de Toros de La Merced y de la desaparecida,
Monumental, vivió el toreo desde su juventud, con intensidad, con los toreros
de su época, que Huelva descubría, los Litri, los Chamacos, Terron, Santi Ortiz, Barroso, Silvera
y otros de fuera como las figuras CurroVazquez, Capea, Paquirri, Manzanares y así
prácticamente a la inmensidad de matadores de toros y novilleros de la órbita
taurina.
foto argindarBLOG |
Aunque Manolin tenía
una predilección por los noveles, por
ayudar a todo el que empieza en esta difícil profesión de querer ser torero.
Su lema era “los
trastos necesitan tiempo y paciencia”. A veces aparecía un roto y tocaba dar puntadas. Porque Manolin también
sabía coser, como buen profesional, conocía el tipo de fruncido que necesitaba
un capote, o una muleta, para que en la corrida el toro, no tropezara con la
punta del pitón y volviese a engancharlo
con facilidad.
Otras veces le
veía, después de limpiar los trastos, lavando los capotes o engomándolos para
que tomaran apresto y cuerpo. Esto último va por gustos, decía, hay
banderilleros que llevan los capotes,
tiesos como tablas.
En sus
conversaciones siempre aparecía el dato anecdótico, de cualquier corrida, que
se hubiese celebrado, en Hueva y provincia y Manolín nos sacaba a todos de
dudas, en dos minutos, siempre tenía el
cartel de la dichosa disputa.
Boletines en la
mano, el impermeable que no se olvide, ni el vaquero para la taleguilla sin
remedio, las puntillas del tercero,
agua, la piedra para afilar, el cepillo
para limpiar, la caja de costuras y la bayetas para las espadas.
Llega la hora.
Ya está todo preparado, para la liturgia más importante que tiene un torero,
que es el momento que se tiene que vestir. Para enfrentarse a la muerte
disfrazada, con la faz de un toro. La silla desnuda se va vistiendo. La
taleguilla, el chaleco, la camisa, los tirantes, fajín, corbatín y medias, la
chaquetilla y por último el capote de paseo que oculta la silla. Todo, Manolin,
está listo, para iniciar el paseíllo, como tú has iniciado el tuyo, hacia la
gloria, en figura, muy despacito, como en el toreo.
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