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martes, 17 de abril de 2012

¡Arte y afición necesitan protección!


Los carteles de San Isisro y otros engendros analizados por Enrique Calvet Chambon

No son unos carteles cualesquiera. Son una auténtica, genuina y brutal provocación. Y lo son a la sensibilidad de los amantes del arte y a la inteligencia de los aficionados. Me refiero, claro está, a los así llamados carteles de la feria taurina de San Isidro 2012 en Madrid y de los obligados festejillos adláteres cual ladillas,  aunque osen llamarse “feria del arte y la cultura”. ¡Toma canelita fina! Me recuerda aquella fonda resquebrajada y carcomida, de mugre centimétrica, que ofrecía:” el señor de los mares de Poseidón bañados en el elixir de Atenea”. Eran sardinas en lata.
 Se podían haber hecho peor, probablemente, pero no en este planeta. El de los toros. Las ausencias son clamorosas a fuer de indecentes, el abundantísimo relleno, con todo el respeto a los jóvenes que empiezan y que ojalá logren convertirse en artistas en el futuro, carece del menor interés y se prolonga hasta dejarnos exhaustos.
Es ignominioso que maestros que se ganaron por pura creación artística y entrega vital un puesto en el olimpo del 2011 no repitan en un serial más largo que el Paris-Dakar. Volverán a aparecer las piaras habituales e inevitables con boyancos echando el bofe al primer  fu. Y así y así. La afición ha puesto el grito en el cielo y no ha dejado de indignarse ante el hecho de que la caterva de lo más granado, ensalzado y aupado de nuestros empresarios taurinos, “gestionando” al alimón para tan magna responsabilidad, unidos y ungidos para acometer conjuntamente el rito anual más sagrado y solemne del cosmos tauromáquico hayan producido esta lamentable mierda. Con estos magos de la gestión, no necesitamos enemigos de la tauromaquia. Ni separatistas catalanes (cuya opinión no respeto), ni D. Antonio Mingote (maestro cuya opinión siempre respetaré). Ni autoamigos de los animales, ni Don Eugenio Noel. No se molesten. Con dejar hacer a nuestros egregios empresarios un par de lustros más, el arte de Cúchares desaparecerá del servicio activo.
 Y a esto quería llegar yo, al “.dejar hacer”. Azares de la vida han querido que una parte importante de mi labor se desarrollara en el marco de la sociedad civil, de su potenciación, protagonismo y protección. Y ahí sigo. Una cosa que he aprendido en esas tareas es que la parte más sensible y creativa de la sociedad civil, la que está ligada más a intangibles o a realizaciones artísticas, necesita tanto o más protección y ayuda de las autoridades encargadas de hacer cumplir el contrato social. Y una protección diferenciada, como en otros sectores. Ahí están los últimos dictámenes del CES sobre actividades creativas. Producir el sublime arte de torear no es lo mismo que producir tornillos, como dar de comer no es producir gastronomía ni vestirse es crear moda. Y por eso es absolutamente intolerable que los propietarios de la plaza de la calle Alcalá, que son autoridades públicas, lean mis labios: ¡AUTORIDADES!  permitan y acepten este ataque a la sensibilidad y a la afición. Algo así como si la próxima temporada del Real se basara en la orquesta de Corleone ( Sicilia) con las primeras voces del conservatorio de Bostwana y un día, un sólo día, viniese el maestro Plácido y fuera de abono. Las autoridades tienen el absoluto deber de proteger a la sociedad de los engaños, de  la prostitución del arte,  de la comercialización zafia y maligna de lo intangible espiritual, del atropello a la sociedad civil sensible a un prodigioso rito genuinamente español, como la de  Goya, Hemingway, Don Joaquín Vidal, o Manolito el del tendido tres. A éste, más aún. Es ignominioso e intolerable que los responsables políticos de la primera plaza y feria del mundo (se jactan) hayan transigido con semejante programación tan inacabable como impresentable. Y ello después de haber abaratado en 3 millones el canon para los empresarios, se supone que para aligerarlos de angustias económicas a la hora de facilitar la creación artística para los enamorados de la tauromaquia. Pues que sepan que les han tomado el pelo hasta la membrana periostio craneal. Nada justifica que los propietarios de la plaza de las Ventas hayan aceptado impunemente esos carteles de lesa-afición. Ni siquiera es tolerable que hayan permitido actitudes irrespetuosas, cuando no humillantes, con los artistas que dialogan con la muerte, que todo se termina sabiendo. Todo artista merece muchísimo respeto, pero si se juega la vida, excuso decirles.
No conozco al Señor Abella, responsable autonómico de los asuntos taurinos, más que a través de sus escritos, pues no considero conocimiento un par de encuentros juveniles perdidos en la noche de los tiempos (en aquella época don Carlos coleccionaba abre-cartas, con los que espero no piense hacerse el hara-kiri). Y por sus escritos lo tenía por aficionado cabal y entendido así como persona de valores. Puedo perfectamente admitir que no haya tenido posibilidades de romper el desaguisado. Pero entonces, se dimite y no se hace uno cómplice. Recuerdo lo que es religión en nuestra afición: uno debe ser “torero” dentro y fuera de la plaza, siempre, incluso en puesto político. Y si no puede proteger a la afición y a la tauromaquia, que lo diga y marque el golpe. Porque las autoridades han fallado a un deber mucho más medular que el económico, a su deber de arropar la creación, el arte y a la sociedad civil que lo sustenta con su afición. Han dañado a la tauromaquia. Menos declaración de bien cultural y más tratar bien a la cultura tauromáquica. En términos taurinos, les pido a las autoridades obligadas a protegerme de desaprensivos mercantilistas mucha más vergüenza torera. La Comunidad de Madrid no puede permitirse nunca faenas de aliño, su responsabilidad ética lo impide, tiene que pisar el terreno difícil e ir con verdad, con la”pata alante”.
   Malos tiempos para la lírica y para la tauromaquia, y, por ello, y para que cada palo aguante su vela, permítanme que acabe este grito de indignación con otro clamor desesperado. Está muy bien que el maestro, D. José Tomás, ayude  bajo cuerda, dé mucho dinero a escuelas de tauromaquia, apoye a sus compañeros, etc... pero si quiere, de verdad de la buena, ayudar hoy en día al sagrado planeta de los toros sólo sirve una cosa indispensable: ¡que se ponga a torear y a dejarse ver toreando! Amén.
Enrique Calvet Chambon
 Miembro del Consejo Económico y Social Europeo
Enrique.calvetchambon@eesc.europa.eu

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