Sensaciones versus rigor
Don Verduguillo
Cuando estamos presenciando un festejo taurino nos dejamos llevar por las sensaciones que se van produciendo a nuestro alrededor. La contemplación del quehacer del torero, el comportamiento del toro, el sonido de la banda de música, las reacciones de los restantes espectadores y un sin fin de cosas más hacen que surjan unas sensaciones que, en definitiva, son las que nos llevan a adoptar un comportamiento: positivo, en caso de ser satisfactorio, y negativo, cuando sucede lo contrario.
En estos últimos días mucho se viene comentando lo acontecido en el ruedo maestrante y se han vertido opiniones para todos los gustos, y todas ellas muy respetables, en un sentido y en otro respecto al indulto del toro Arrojado.
La mayoría de esas opiniones vienen a coincidir en las condiciones del animal, resaltándolas al máximo, aunque después llegan las discrepancias respecto a la decisión adoptada por el Presidente del festejo de indultar al animal, una decisión que, no lo olvidemos, fue tomada con la premura que requería la situación, sin tener la oportunidad de analizar muchas cuestiones que, ahora, con el paso del tiempo, se sacan a colación.
Lo cierto es que, durante la faena de muleta de José María Manzanares, todos los espectadores sin distinción vivieron unos momentos de éxtasis gracias a la inmensa labor llevada a cabo por el diestro y la inestimable colaboración del toro. Cada pase era jaleado con calor como se aplaudía frenéticamente el cierre de las distintas series con el público en pie y emocionado. Era la apoteosis que muchos jamás habían podido imaginar vivir.
Y, en esos momentos de jubilo y de satisfacción, en los que las emociones brotaban desde lo más hondo, esos mismos espectadores quisieron premiar a quienes les habían conducido a esa situación como recompensa a esas sensaciones que se estaban produciendo. Y surgió, casi unánimemente, la petición del indulto como reconocimiento a la inestimable colaboración del toro, habiéndose olvidado las condiciones negativas – que las hubo, naturalmente – durante la lidia. Pero, en aquél éxtasis, nadie tenía la mente en comparar con otros animales tan bravos o más – que también los ha habido – en esta misma feria y, por supuesto, en años anteriores.
Los espectadores vibraban con unas sensaciones especiales, algunas de ellas producidas por el juego del toro, y, de ahí, que se solicitara el indulto. La emoción era tan incontenible que el presidente se vio en la necesidad de concederlo con independencia del rigorismo que exigen los puristas. Y, en esos momentos, hubo una comunión total en todo el público, por lo que el corazón, como tantas veces sucede en el toreo, se impuso.
Después, sin la pasión y la emoción vivida en esos instantes, se podrá analizar con más detenimiento el comportamiento del toro y habrá opiniones para todos los gustos, pero, cuando había que darla, la respuesta fue unánime y compartida, como sucedió también con la primorosa faena de José María Manzanares, un prodigio pero que, a toro pasado, también tiene algunos peros que ponerse, pero, cuando la estaba ejecutando, todos la vivíamos con una emoción inenarrable porque había logrado que se vivieran unos momentos que, difícilmente, podrán olvidarse.
En esta ocasión, las sensaciones pudieron con el rigor y, cuando Manzanares y Arrojado se fundían en aquella sinfonía, todos disfrutábamos y deseábamos que la obra continuase por mucho tiempo más. A nadie le importaba que la faena continuase y superase el tiempo reglamentario porque, en esos momentos, solo importaba disfrutar y gozar de lo que se estaba sintiendo.
He estado dandole vueltas y más vueltas a la hora de opinar sobre este tema, más que nada porque no sabia como explicar con palabras lo que para mí fué y lo que opino del acontecimiento, pero acabo de ver gratamente que puedo suscribir hasta la última coma, lo que Verduguillo ha dicho.
ResponderEliminarGracias por haberlo expresado así.