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lunes, 16 de mayo de 2011
Antonio Lorca en El Pais Historia de una mirada, La decepcción de Cuvillo en Madrid
Cuando el presidente ordenó la salida del cuarto de la tarde, Morante ya estaba sentado en el estribo, junto al burladero de cuadrillas. Serio y aceituno el semblante; la espalda, erguida; las piernas, flexionadas, y el capote recogido sobre ellas. Y la mirada, una mirada fija y penetrante, parece querer horadar la puerta de chiqueros. ¿Y el pensamiento? ¡Qué revoloteo de neuronas en esa cabeza...! Sale Ventanero, la plaza silente toda ella, y el torero, ya enhiesto, esboza una verónica, y el toro huye. ¡Oh...! Dos verónicas garbosas, después, escogidas de una tanda entorpecida por el viento, y un derrote inoportuno. Morante pide el botijo para mojar y pesar la tela. Y al relance siguiente, el animal atisba a Talavante, hierático sobre el piso, firme testigo de la escena. Y el toro se acerca, y Talavante inamovible; y un paso más, e inmutable continúa el torero. Los tendidos contraen la respiración. Y Ventanero -¡uf...!- desiste finalmente. El animal suspende en su encuentro con el caballo, hunde sus pitones en la arena y se desploma a todo lo largo. Parece que Morante intenta un quite, pero no hay oponente. Un trincherazo garboso principia su labor con la muleta. Aún se mantiene la esperanza. El viaje del animal es muy corto y le roba la franela al segundo cite, y se la pisa momentos después, y se derrumba más tarde. Y Morante se desespera. No puede ser. Está decidido el torero, pero se acaban de esfumar todos los sueños. Ha volado la ilusión. Y el sevillano monta la espada a escasos metros del estribo donde esperó a Ventanero, pero la mirada ya no encierra ningún misterio; está perdida y diluida. Es la imagen de la decepción.
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