Dicen las malas lenguas, como
la suya propia, que a este señor no le gustaban los toros , pues yo por Ubral
no sólo muero, si no que que también mato, ¿Se puede escribir mejor, y ser más
cariñoso con Cossio? Los grandes siempre serán grandes y los chicos siempre
seréis chicos.
Mirad en la foto de http://aulataurinadegranada.blogspot.com.es/2010/02/francisco-umbral-habla-de-toros.html, un intelectual de verdad (sin subvenciones ni martingalas de postín) se deja entrevistar por una revista taurina como "El Ruedo" y expresa sus opiniones sin tener que prohibir nada
'Los toros' de Cossío
Lo
cual que iba yo algunas tardes, algunas noches, a la Ballena Alegre del
Lyon para alternar un poco con aquellos señores de condición plural, porque
entonces uno vivía de curiosear cafés y famosos. Allí es donde salían las
amistades y las entrevistas. Allí conocí personalmente a don José María de
Cossío, que venía del magisterio de Ortega y Marañón a través de Espasa Calpe.
Don José María aún no había arrancado con la idea de Los toros. Era un escritor
que no escribía sino que andaba buscando la idea genial para llenar su vida y
vivir de la literatura. Mi noción de la familia Cossío venía de don Paco
Cossío, que escribía él solo por toda la familia, artículos incesantes,
conferencias en Valladolid y provincias que eran muy escuchadas, pues don Paco
tenía el toque esencial de la conferencia improvisada, inventada, dicha en una
voz acariciante e irónica que está en sus novelas, en sus memorias, en sus
artículos, en sus críticas de teatro y en su biografía temblorosa, Manolo, del
hijo que la guerra le mató en seguida, creo recordar que en Quijorna y para
siempre. José María vivió sustentado por dos ángeles sabios -él, que era el
ángel gordo- Ortega y Marañón, como ya hemos dicho. Es como si su gran libro,
su diccionario taurino, se lo hubieran escrito los dos grandes maestros. En el
mundo del Lyon alterné mayormente con Melchor Fernández Almagro, con
Díaz-Cañabate, con jóvenes poetas que ya son viejos y con otros que se quedaban
en la barra diciéndose sus poemas unos a otros como en una confesión laica.
José María de Cossío tenía la tertulia del almuerzo en Valentín, casi a diario,
y por allí caía yo con susto de mí mismo, como si yo fuera un caballero andante
ataviado con el hierro forjado de la escalera. Entre plato y plato, a Cossío le
gustaba cantar zarzuela: «Agua que no has de beber, déjala correr, déjala,
déjala». Algunas noches también coincidíamos en Valentín porque el solterón
Cossío vivía en la calle y alguna vez le oí lo que luego oiría también a un
cómico: «Hay que reconocer que como fuera de casa no se está en ninguna parte».
Pero Cossío iba ya ganando páginas de su obra inmortal y españolísima. En este
sempiterno y admirable diccionario, Cossío se encontraba de pronto con Miguel
Hernández y otros que sabían de toros, como Valle-Inclán, que veía la fiesta
como un teatro insólito, griego y heroico. A mí me repescó don José María en el
Ateneo, cuando le hicieron presidente de la Casa. Me encerró en la Cacharrería a escribir
la primera página de mi Giocondo, y allí estuve toda una tarde. Merendamos
juntos en la Cacharrería
y yo me sentía un torerillo incipiente cruzado de poeta taurino. Me contó
muchas cosas de Los toros, que era su gran libro en marcha, histórico y
vividero. Así sale ahora, siempre inédito y original. Coleccionista nato,
Cossío condenaba a una página a todo autor nuevo que le interesase. Yo
apostaría a que el último fue Cela o uno mismo. Los Cossío son una saga. José
María hizo de la saga la gran muralla china con alamares.
Fdo Paco Umbral ,14-04-2007, EL MUNDO
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