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viernes, 1 de junio de 2012

Prieto de la Cal. Bravura antigua sobre fondo níveo.

En La Ruiza sabe todo a viejo, huele todo a rancio, se siente todo puro, de esa pureza inocente y brava que sólo el blanco puede representar. Es el ganadero de Prieto de la Cal un joven hombre de maneras eternas,  de palabras graves, de familia larga, de afición inmensa y de insumisas ideas.


 Las viejas madres transmiten la bravura de primer tercio, las hijas de las hijas de las que vinieron de Los Alburejos por cañadas y veredas, crían en estas tierras onubenses chotos de capas  inverosímiles más allá de incunables libros de pelos y  accidentes, El berrrendo en jabonero es una joya, el albahío chorreao un milagro, el negro casi un accidente, un tercio de accidente en las quinientas cabezas de Veragua.







Los toros y novillos de saca aprovechan la primavera regalada del agua extraña de este mayo que marzea. San Clemente, Madrid, Trillo, Calasparra, Tudela, son carteles donde pueden anunciarse los bravos más diversos en la gama del ganado de lidia.


A orillas del Tinto, a veces sobre el ácido río, se empeña Tomás Prieto de la Cal  en criar un toro distinto, en mantener un testigo que viene de los ancestros, soñar bravo hacia detrás, vivir encastado hacia adelante y sentirse ganadero en cada sístole  de un corazón que late en el XXI con sangre del IXX.
 La dehesa revienta de vida, el abejaruco nos deslumbra, pero nos emociona el toro bravo de Veragua, el guardián último de una forma vetusta y noble de entender la crianza a la antigua forma. El toro rematado, redondo, cuajado, pleno de eso que no se puede llamar trapío por imposición de ley. Un toro  fuerte, imponente,  que no anima a ser torero a quien no tiene alma de semidios … , un toro bravo... simplemente.


 Una mañana en la Ruiza es una asignatura necesaria para cualquiera que quiera saber de que va la crianza de toros bravos. Un par de horas con Tomás Prieto de la Cal e la cercanía de un coche  es una lección en blanco sobre verde de memoria de la raza, de historia del toreo y de conceptos básicos. Además de un placer para esa necesidad vital diagnosticada como conversación.







Se tienta en jabonero los fines de semana. Nos colamos como de casualidad en este callejón  del oro, donde solitarios alquimistas persiguen la mítica fórmula del “secreto de la bravura eterna”. No hay palcos, ni convites, ni invitaciones,, ni rubias con ubres de goma. A tentar, siempre los justos, los que caben en un coche.  Rafael, el mayoral, prepara sin estridencias cuatro vacas jaboneras en los corrales de manejo.



A la voz de “venga la vaca” habla la matriarca para abrir una suerte de teatro mágico. La reata del ganadero mama las formas, rejuvenece el espíritu, comparte el sueño.  
 Se busca en esta casa la casta vieja, se desprecia lo torvo, se respeta el caballo como fielato irrenunciable, se descarta lo ambiguo, se sueñan veinte embestidas humilladas en la muleta, pero se se suspira por un primer tercio de emoción y verdad,  se recuerdan familias, se cotejan apuntes, se nombran dominguines, se tienta para bravo perpetuo.

 Tienta esta tarde en la placita de La Ruiza un castellano sólido, Joselillo, acostumbrado al toro recio. Sus modos son mandones, su actitud firme, a favor de la vaca, enseñando los defectos al ganadero, potenciando las virtudes. Corrección de torero nuevo “pónmela en aquel burladero, por favor”. Luego nos cuenta “Madrid está ahí, yo estoy aquí, al tiempo, tiempo….”


Un joven valor, de casta torera, de nombre torero, Emilio Silvera, aprende de la listeza exigente de una utrera que requiere temple, que manda siempre sitio, que impone si no le imponen, que busca si no le buscan y se complica si no siente el olor de una muleta siempre en sus hocicos.




















Emociona la imagen de una madre, ganadera consorte, rodeada de niños con libretas de campo y afición a flor de gen, entre el juego y el rito, midiendo los matices, sopesando con gravedad si recargan en el peto las que fueron vacas del rey.









Al caer la tarde, atravesamos el túnel del tiempo y la bravura, saltamos la vieja vía del paso a nivel sin barreras, (hasta esto suena a antiguo, coño) y nos vamos calmosos, perezosos, algo de nuestro más romántico corazón de aficionado se queda engarzado en las viejas alambradas de La Ruiza, reforzadas con palos disformes.


Se puede ahora soñar otra fiesta, desmontar la unicidad, se puede hablar horas con este ganadero sin oír una tontería, sin esperar una coba, sin renunciar a una discrepancia, sin temer una voltereta. Salimos pertrechados de La Ruiza con un bagaje policromado y  precioso de seriedad, bravura y de ese don propio de los dioses grandes que es la personalidad. 

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