En Trigueros, una tarde que ya se hace casi costumbre en el otoño, homenaje a la amistad, donde el arte campa a sus anchas.
El menú, sencillo, amistad, pellizco, ganas de echar un rato y... una pata de venado que estaba pisando el Andévalo hace una semana, un picadillo con tomates que da la tierra del huerto ecológico indígena, unas gambitas blancas que hablaban choquero, unas cañaillas para pelearse, un rioja de San Asensio, una olivas machás en casa, unas tostás ocreadas en brasa lejana con berdigones de merito, unos filetes de USISA, unas rabanillas...
Y luego un rato en la gloria, olumina el sendero del gusto el cante hondo y canalla del genial Isidro, sanjuanero y marismeño putativo, a su vera un grupo de cabales al cante y al toque, el anfitrión Mache, su primache y mi amigo José Manuel, su quinto Narciso, Diego, Paco, Marcelino (con su enganche), Antonio, Juan, dos almonteños cabales, el que firma y entre las horas pasan por el bujío del arte de los arrabales triguereños Alejandro, Jorge, y el torero que tiene a Trigueros hablando de toros David de Miranda, el niño de Vélez, uno que pasaba por allí, una tarde para la amistad, que muere en noche de luna llena, de buen rollo y de esos pellizcos sabrosos en el alma que estimulan las ganas de vivir.
Un artista quiere artistas a su lado, y el genial Isidro, entre sevillanas imposibles y fandagos de cante grande, le espeta al torero en un aparte.
"No te he visto torear pero me han contado y me han contado maravillas, de tu valor y de tu arte, sólo un consejo de prejubilado, disfruta delante del toro, disfruta de tu afición, si puedes hazla profesión, no te lo creas más que en el momento de hacerlo, luego humildad y a seguir trabajando, estudiando, al lado de los mejores, mejorando, para que cuando venga la inspiración puedas romperte y expresarte"
David, aún con la nariz alicatada, asiente, sonríe y aprende. Cosas de artistas.
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