Foto Abc Fabián Simón |
El periódico de Aragón.
La corrida de Prieto de la Cal tuvo un tejemaneje previo en el que tan solo se habían aprobado tres toros en el reconocimiento inicial. Así, el jueves por la noche arribaba a La Misericordia un camión con más toros, éstos de Alcurrucén, ante la posibilidad de que la corrida tuviera que ser completada. A mediodía del viernes, con la luz clara del soleado día de ayer, los toros se habían estirado o así y cinco de ellos lograron --curiosamente-- superar la prueba de aptitud con lo que para hacer el sexteto se echó mano tan solo de un toro de los hermanos Lozano.
Mas no había caso, porque lo que saltó al ruedo era una corrida aceptable, aparente. Peores las hemos visto. Discreto de encornadura alguno de ellos pero con trapío suficiente, saltaron dos toros cinqueños y uno a punto de cumplir --solo por unos días-- los seis años. Y se notó.
Cuando apareció por la puerta de chiqueros el primero de la tarde, un jabonero de 630 kg. sosón y que solo atendía por el pitón derecho, sonaron las primeras palmas enlatadas, como en los concursos de la tele.
Muy felices se las prometían los partidarios de esta sobrevalorada ganadería (resident de la Cal), bien pronto se aquietaron las manos fanáticas porque ya luego todo fueron tornillazos, caras por encima del estaquillador de la muleta, cornadas al aire, arreones violentos, hachazos por doquier, cuchilladas y barriobajerismo.
El Mundo
Toros de Prieto de la Cal, una escalera, tres cinqueños; gordo, grande y sin cara el noblón y brutote 1º; violento y orientado el lavado y jabonero 2º; armado y manso el 3º; malo el silleto y mal hecho 5º; el 6º directamente morucho; y uno de Alcurrucén como 4º, cinqueño pasado, serio, hondo, manso de caballos y duro.
Paco Aguado en El Heraldo
Declaradamente mansos. Así fueron, cada uno con sus matices, los cinco toros de la divisa de Prieto de la Cal lidiados en Zaragoza: de muy desiguales hechuras, alguno tan feo como el casi jorobado quinto, y todos defendiéndose con complicaciones, cuando no con peligro en el último tercio.
Si la bravura es la capacidad de ataque del toro, la mansedumbre es su actitud defensiva, por mucho que lo haga de manera encastada o fiera. Y ese fue el talante de unos toros que algunos de los más significados aficionados del sector "torista" aplaudieron y tomaron por bravos porque acudieron con prontitud al caballo de picar, sin ver cómo luego daban cabezazos al peto, reculaban o incluso huían del castigo más o menos disimuladamente.
En el último tercio, donde el toro debe sacar definitivamente todas sus virtudes, los de Prieto de la Cal se reservaron, se pararon, se quedaron cortos, se defendieron con violentos tornillazos o buscaron las femorales con creciente sentido.
Si la bravura es la capacidad de ataque del toro, la mansedumbre es su actitud defensiva, por mucho que lo haga de manera encastada o fiera. Y ese fue el talante de unos toros que algunos de los más significados aficionados del sector "torista" aplaudieron y tomaron por bravos porque acudieron con prontitud al caballo de picar, sin ver cómo luego daban cabezazos al peto, reculaban o incluso huían del castigo más o menos disimuladamente.
En el último tercio, donde el toro debe sacar definitivamente todas sus virtudes, los de Prieto de la Cal se reservaron, se pararon, se quedaron cortos, se defendieron con violentos tornillazos o buscaron las femorales con creciente sentido.
ABC Andrés Amoros
Prieto de la Cal es, para los buenos aficionados, una valiosa reliquia, olvidada por las figuras. (Vean el número de «Tierras taurinas», de André Viard, dedicado a la casta vazqueña). Los toros de esta tarde,serios, encastados, no dan facilidades. Los tres diestros despachan la papeleta con dignidad, sin brillo.
Me quedo con la bella estampa —mejor que el juego— de los dos jaboneros. Parecen sacados de una estampa antigua. Hasta hace poco, en esta Plaza, una estatua de Goya ocupaba una localidad. El aragonés más universal era un apasionado de la Fiesta, firmaba como «don Francisco, el de los toros». En el Museo Camón Aznar he visto sus grabados: en uno, «Lluvia de toros» o «Disparate de toritos», las reses llenan todo el cielo; otro, lo titula «Diversión de España», (aunque lo ignoren Julia Otero, Pilar Rahola y algunos más) . A Goya le hubiera encantado dibujar estos dos preciosos jaboneros.
El Toro de la Jota
Hoy, mientras iba hacia la plaza de toros, caminaba escéptico sobre lo que nos depararía la tarde de los veraguas, pero con ese gusanillo que me rondaba por dentro, -¿y si embiste?-
Acudía a la plaza con la idea preconcebida de que la corrida iba a pecar de falta de fuerza e iba a empujar en el caballo. Un prejuicio como cualquier otro. Ni una cosa, ni la otra. Ninguno, salvo sexto, flaqueó. Toda la corrida pasó de puntillas por el jaco.
Barquerito
SOLO LOS DOS PRIMEROS TOROS lucieron la pinta jabonera clásica de la ganadería de Prieto de la Cal. Que es su seña de identidad y su prueba de pureza de sangre Veragua. El primero, inmenso bloque de 630 kilos, cornicorto, brocho y romo, tuvo bastante más plaza y presencia que trapío. El segundo, cinqueño pasado, iba a haber cumplido en noviembre los seis años de tope reglamentario. No estaba tampoco sobrado de cara. Flaco, sacudido, alto de agujas, fue toro de porte. Este segundo jabonero tuvo velocidad, ágil genio, prontitud, entrega en el caballo y mucha violencia.
Ni fue tan mala como la pintarán algunos, ni fue tan buena como deseaban otros. Decepcionante. Demasiadas expectativas creadas como para salir contento. Esta ganadería pervive en el romanticismo del aficionado, pero es arrinconada por el sector taurino. Ese es su sino. La de hoy, ni le da ni le quita. Seguirá donde estaba, que por cierto, es donde parece querer estar su ganadero. Ahí se encuentra como pez en el agua. La vida sigue igual. Desigual toda ella, pero con plaza. Colorida y seria, pero incompleta. Solo se lidiaron cinco. Otros tres fueron rechazados por falta de trapío.
Barquerito
SOLO LOS DOS PRIMEROS TOROS lucieron la pinta jabonera clásica de la ganadería de Prieto de la Cal. Que es su seña de identidad y su prueba de pureza de sangre Veragua. El primero, inmenso bloque de 630 kilos, cornicorto, brocho y romo, tuvo bastante más plaza y presencia que trapío. El segundo, cinqueño pasado, iba a haber cumplido en noviembre los seis años de tope reglamentario. No estaba tampoco sobrado de cara. Flaco, sacudido, alto de agujas, fue toro de porte. Este segundo jabonero tuvo velocidad, ágil genio, prontitud, entrega en el caballo y mucha violencia.
El primero, de muy desordenado son y, por tanto, bastante informal, tuvo por virtud la movilidad, pero se fue quedando cada vez más corto, como si en el primero de los dos puyazos que tomó largo y delantero, se le hubiera ido ya media vida. No hizo tanta sangre esa vara. Tercero y quinto, cortos de manos, chato y cornidelantero el uno, y lomudo, ensilladísimo, bizco y mocho del pitón derecho el otro, fueron de capa negra tizón, que es rara en la ganadería. Tampoco estaban en el tipo preservado de Veragua ninguno de los dos. Los dos lucían en pleno octubre el pelo de la dehesa.
El sexto, exageradamente frentudo y cabezón, de pezuñas descomunales, no hizo nada bueno. Privado de esa lacia y sedosa piel veragüeña que tanto brilla en los escaparates, fue el último borrón de una corrida que ni brava ni mansa ni siquiera todo lo contrario. No era corrida para Zaragoza, y no lo fue, pero eso solo se fue sabiendo por entregas. Sorprendió que hubiera pasado reconocimiento un toro tan pobre de cara como el primero; y hasta un segundo, aceptable dentro de un conjunto serio pero no tanto al venir encajado en un lote sumamente disforme. Si el sexto, al trote borriquero y claudicante tras dos varas, hubiera sido medido con la mitad del rigor aplicado en la corrida de Juan Pedro Domecq del pasado día 11, se habría abierto la puerta a un sobrero. Un sobrero de Lozano Hermanos, que estaba en la recámara.
La corrida de solo cinco veraguas se completó con un espléndido toro de Alcurrucén: espléndido por hermoso. De cuajo impecable. Y, pese a su volumen -560 kilos repartidos con armonía en estilizada y larga caja-, un toro de acordes hechuras. Impuso por acaballado el quinto de Prieto de la Cal; y por su porte amoruchado el sexto.
Pero el toro de trapío auténtico, el de más temible presencia, fue ese cuarto de Alcurrucén, que no resultó, por cierto, nada sencillo. Por la manera de arrear y arrollar, porque solo en la media altura se empleó pero con aire incierto, por probar. No tiró cornadas, pero, el dedo en el gatillo, atizó de lo lindo y, aunque soltándose por sistema, tomó cinco puyazos. Desmontó y derribó en la primera vara, cobrada corrida, en las puertas y según salían los piqueros, y con la ayuda rendida de un caballo asustado de la cuadra valenciana de Navarro. Gracia de la pinta del toro era una mínima estrella en la frente. Como lucero remoto en noche cerrada.
Así que el primero de los dos golpes toristas del final de abono salió en Zaragoza pepino y amargo. El espectáculo, sin embargo, tuvo vida propia, porque los toros inciertos –lo fueron, y mucho, tercero, quinto y sexto- propician de otra manera emociones. Sustos. Y los violentos con su gota aviesa, más. Y el toro de Alcurrucén no dejaba respirar normal. Ni tomar aire. Ni un descuido.
1 comentario:
Si han cebado y tu amigo Raul Corralejo el primero
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