Cualquier vamos a tener un trueno
Sr. Ministro:
El motivo de mi escrito no está relacionado con que sea usted o no aficionado a los toros, aunque creo haberle oído decir que no lo es. Tampoco, con sus parcas declaraciones tras el resultado de la votación del pasado 28 de julio en el Parlament de Cataluña, donde se decidió prohibir en dicha comunidad una fiesta -la de los toros- que depende de su Ministerio. Ni siquiera con su burdo intento de escurrir el bulto tratando de independizar (nunca mejor dicho) el resultado de tal votación de la política separatista que vienen llevando a cabo CiU, ERC y otros partidos de carácter secesionista.
Es verdad que, en su empeño de negar la evidencia -¿cómo explicaría, pues, el distinto rasero empleado por los diputados abolicionistas para las corridas de toros y los correbous?-, incurre usted en el agravio de tratarnos como idiotas, pero ya se sabe que a mayor permanencia en el poder, más desconexión entre gobernantes y gobernados, y que la costumbre de ganar, a veces sin reparar en los medios, dota al político de un sentimiento de invulnerabilidad que le lleva a mirar por encima del hombro a los que cree sus súbditos. Por otro lado, el chalaneo en que se ha convertido la política hace comprensibles tales declaraciones, máxime cuando un día después de la votación catalana su partido necesitaba de CiU para sacar adelante en el Congreso de los Diputados el proyecto de ley de Reforma Laboral presentado por su Gobierno.
Lo que me mueve a escribirle tiene que ver directamente con sus competencias y obligaciones como Ministro del Interior y su curiosa forma de interpretarlas y aplicarlas cuando éstas se dirigen a taurófilos y antitaurinos. Siendo, por su cargo, máximo responsable del mantenimiento del orden público, la seguridad y la paz social, cuesta trabajo explicarse las actuaciones de los agentes encargados de hacerlas cumplir; agentes cuya dirección, coordinación e intervenciones dependen en última instancia de usted como mando superior de los mismos.
Son años los que llevamos los aficionados a los toros soportando los insultos de quienes cogieron la costumbre en Barcelona de manifestar su taurofobia delante de la Monumental en los días y hora de corrida. Bien es verdad que su Ministerio tiene la obligación de garantizar el ejercicio de derechos fundamentales y el de manifestación está recogido en nuestra Constitución.
Valga pues que los antitaurinos se manifiesten en virtud del cumplimiento de dichas garantías, aunque no está de más recordar las manifestaciones prohibidas por su Ministerio bajo el pretexto de evitar posibles conflictos de orden público. Admitido esto, convendrá conmigo que todo tiene un límite, y, en este caso, el derecho de manifestación de los "anti" termina donde empieza el derecho al honor y a la dignidad de las personas que acuden a presenciar un espectáculo no sólo absolutamente legal, sino exhaustivamente reglamentado por su propio Ministerio.
Esa frontera de concordia que a nadie debería serle lícito traspasar, es transgredida un día sí y otro también por los vociferantes taurófobos cuando, de manera continuada, nos hacen objeto de sus insultos, tachándonos de "asesinos", "torturadores", "payasos" y otras lindezas, por el mero hecho de ejercer nuestra libertad de asistir a un espectáculo público que ellos detestan. Con tan execrable conducta, incurren los "anti" en un cotidiano delito de injurias y difamación que debería ser causa, cuando menos, de la reprobación de los policías que los protegen, si no de la detención y arresto de los difamadores más pertinaces. Pero, lejos de cumplir con su deber -deber que, a lo peor, entra en conflicto con las órdenes recibidas-, los agentes encargados de garantizar el derecho al honor y a la propia imagen de todos los ciudadanos, incluidos los taurófilos, no sólo se desentienden de los insultos de sus "protegidos", sino que, de hacerles notar algún agraviado su obligación de impedir tales ofensas, le instan a circular con un talante que parece desquiciar las cosas haciendo pasar por ofensor al ofendido.
Conscientes de la impunidad en que se mueven, estos grupúsculos de alborotadores fueron extendiendo su radio de acción a otras localidades donde se hizo notoria la escalada de agresividad con que manifestaban su taurofobia, llegándose a algunos conatos de altercados, como la agresión física sufrida el pasado año por la cuadrilla de José Tomás cuando, después de torear, se dirigía al Parador Nacional de Turismo de Pontevedra. Ya en el 2008 habíamos tenido que presenciar cómo varios activistas saltaban al ruedo de Las Ventas pidiendo la abolición de las corridas sin que la policía moviera un dedo para desalojarlos. Esto ocurría en mayo, y en febrero nos llegaba la noticia de los destrozos que una cuadrilla de vándalos antitaurinos habían ocasionado en el panteón donde descansan los restos del matador de toros Julio Robles.
Sin embargo, es a raíz de la prohibición de los toros en Cataluña cuando esta escalada de violencia ha dado una nueva vuelta de tuerca radicalizando las acciones de los "anti" y salpicando de incidentes la geografía taurina española. A los enfrentamientos de Tórtola (Guadalajara), se han sumado otros de mayor entidad como los ocurridos en la Feria de La Blanca, en Vitoria; en la Bilbao, donde un grupo de antitaurinos lanzaron botes y golpearon las furgonetas de los toreros cuando iban a entrar en la plaza; en Colmenar Viejo, donde los mozos de las peñas tuvieron que enfrentarse a los provocadores, o el más grave de todos, acaecido en la localidad mallorquina de Fornalutx, el pasado 29 de agosto, cuando los insultos, amenazas, escupitajos y gritos de un centenar de antitaurinos venidos de otras localidades degeneraron en una batalla campal donde participaron centenares de vecinos.
De esta atmósfera de creciente crispación y violencia, debería tomar usted buena nota porque, si los taurófobos están recrecidos y unen a sus chulerías actos de agresión intolerables, detecto que la paciencia de los aficionados está llegando al límite y, el día menos pensado, puede saltar un trueno que todos tendríamos que lamentar y del que usted, como Ministro del Interior, sería el principal responsable si hace oídos sordos a la advertencia premonitoria que aquí le formulo. Sin esperar más, tome cartas en el asunto, ponga coto a los desmanes de los provocadores, de los difamadores, de los violentos, y garantícenos el derecho de poder asistir libremente, y sin tener que soportar agresiones verbales ni físicas, a las plazas de toros. Con esta demanda, sólo le estoy pidiendo que cumpla con las obligaciones de su cargo, entre las que se encuentra la de velar por la libertad y la seguridad de todos los españoles. También de los que hemos encontrado en la fiesta de los toros un venero de arte, cultura y emociones.
Sin más que decirle, atentamente le saluda,
Santi Ortiz.
Publicada en Burladero
Santiago Ortiz Trixant (Huelva, 1949), es matador de toros, profesor de Física y escritor de numerosos libros de temática taurina.
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