El granadino cortó dos orejas y salió a hombros el año pasado.
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En nuestro devenir por el campo bravo, como aficionado que escribe y cuenta cosas en medios locales, “cuasiperiodista”, escribidor nos gusta decir, de poca fuerza, sin apoderado y sin cromos que cambiar, nos encontramos con gentes de todo tipo. Chavales que están sin puntilla y a los que nadie es capaz de decírselo, no siempre por motivos nobles. Hombretones con el bicho en las meninges que no se pueden dedicar a otra cosa. Niñatos de papá, sobrados, que no han empatado con nadie, frustrados con rictus de amargura en el alma… en fin una fauna poco edificante. En otras ocasiones damos con hombres de bien, gente sencilla con un sueño grande, personas cabales y con fuerte capacidad de razonamiento, que pueden ver su situación desde cierta distancia y saben exactamente de donde son, a donde van y por que pueden llegar.
Uno de estos últimos es Jesús Fernández, “ Yiyo”, con el que, quizás por compartir el apodo de mis taurinos años mozos en Cáceres, me sentí pronto cercano. Un hombre al día, una persona sencilla, un soñador de manos de bronce, alguien que no quiere pagar por torear, respetuoso con la cuadrillas, educado en el campo, honrado consigo mismo, honesto con su familia y un torero serio. Además su corte de torero me interesa, toreo fundamental, terrenos comprometidos y firmeza en las rodillas y en las muñecas.
Estos días de feria de Sevilla vi los carteles del Corpus casi al relance, ahí no estaba el nombre de quien el año pasado había cortado dos orejas de mucha fuerza a un toro de Torreestrella. Me debía una conversación con el torero y anoche llame a Granada, al otro lado del teléfono un hombre roto.
Los hombres rotos del toro no lloran, ni gimen, si se revuelcan en la autocompasión, ni se encierran en las plazas, ni siquiera se encierran en si mismo, simplemente si le preguntas
-¿Cómo andamos?
Responden a media voz
-Peleando,
En el tono va el mensaje, fuera de la feria de Granada donde el año pasado triunfó, seis corridas de toros ha toreado en su vida, tres de Cebada Gago, premios siempre por triunfos anteriores.
La duda existencial le corroe el alma,
- Si me ponen y triunfo, me premian y me ponen en una dura, de pocas opciones y acepto, claro, y la feria siguiente me dejan fuera. ¿Dónde está el error?
No es el primer torero que se queda fuera de una feria, no se acaba el mundo por eso, la plaza sigue ahí como acuñó en plan borde un caballero del toro, Canoréa, Don Diodoro. Pero ahora, sin su nombre en los carteles, carecen de sentido los madrugones, el muñequear mientras se cargan muebles para ayuda en la casa, las horas de toreo de salón frente al espejo del propio alma, el irse a Sevilla para vivir en torero, las citas interrumpidas, como en el cuento triste de Cenicienta, a las doce, las miles de Coca Cola Light junto a los amigos del cubata de ron, las horas del esquí de fondo, sin tonterías para evitar lesiones, el vivir en torero sin vivir la juventud. Ahora el sacrificio se torna absurdo y estéril porque alguien no recuerda su promesa, dada en la calentura de la emoción de una habitación de hotel de torero triunfador, repetida ante el padre, y olvidada a la postre en el cajón de las braguitas de Zara, en el cofre de los sueños rotos, en el maletero de las ilusiones reventadas.
Una palabra de hombre es algo grande, nadie debería demandar que se cumpliese, pero si el que la da la niega, la decepción es honda, la cara de idiota no te la quita nadie. La vergüenza es siempre del otro, del que falta, a ti te queda la rabia. A Yiyo le queda el coraje, a Jesús Fernández, la angustia, a nosotros, a los aficionados, a los conocidos, a los que creemos en la justicia, nos queda la impotencia.
Como la vergüenza es cobarde, no es difícil buscar culpables que aligeren el peso de la propia conciencia y a quien responsabilizar de ser quien impide cumplir la palabra dada. Una palabra, dirán, entredientes, por compromiso, sin necesidad moral de cumplirla, ¡ha pasado un año, quien se acuerda de eso! Es cómodo dar salida al asunto en una rueda de prensa diciendo:
-Yo contrato a los toreros que son base de la feria, ellos me imponen el resto, todos quieren ir acompañados, todos quieren figuras en sus carteles, yo sólo soy un gestor…
Y martingalas del mismo son, adornos que tapan las vergüenzas, que callan las bocas dóciles, calman las conciencias de los estómagos agradecidos, ayudado, eso si, por el canapé fin de fiesta.
No es Yiyo un hombre destrozado, que nadie piense en depresión, en bajonazo de depre, no, Yiyo es sólo un torero sin contratos tras una promesa. Injustamente inane, amargamente parado, como cinco millones de españoles. Desde la distancia, veo brillar en el fondo de sus ojos, allí donde el iris se hace alma, la luz de la esperanza en la justicia torera. Siempre que se cierra una puerta se abre una ventana. Siempre ha habido sustituciones para las injusticias. Siempre hubo quien escribió derecho con renglones torcidos.
No puede ser que en un abono con seis corridas de toros, 18 nombres de torero, sólo sea Fandi quien lleve el nombre de la tierra. Posiblemente no sobre nadie en esos carteles, pero es seguro que falta al menos uno.
Y así, con esa ausencia,los carteles no serán justos, y lo que no es justo nunca puede ser bueno.
Gran artículo lleno de grandes verdades. Esto lo tenían que leer mas de dos y de tres... Así está el mundo.
ResponderEliminarTaurotoro y promesas incumplidas ¿Poque me suena? Córdoba Granada Jaen Ciudad real. änimo Jesús, que no te aburran
ResponderEliminarQue haga como el Güejareño, que se ponga a regimen un rato y sin problemas.
ResponderEliminarSin problemas por que lo ponen claro, qu pena de toó, como está el toreo
ResponderEliminarla verdad esta en ese texto, como amigo solo me queda decirle a yiyo, que Granada tiene un gran torero, y que no desespere, que esa puerta se tiene que abrir muchas veces para ti. por mucho que le duela a otros, PUERTA GRANDE PA MI TORERO.
ResponderEliminarjunior