FOTO: ABC Manolo Cortés por la Puerta del Príncipe de Sevilla. Feria de Abril de 1969
Hablando esta tarde por teléfono con un amigo me ha comentado esta crónica que he querido compartir con todos ustedes, y por supuesto con Javier como gran partidario de Manolo Cortés que fue y que seguirá siendo. Espero que os guste:
Plaza de Valencia.
Novena y última corrida de feria.
Toros de Eduardo Miura, bien presentados, variados de pelo, con gran clase; mansos, aunque manejables, cuarto y quinto, los restantes muy nobles.
Manolo Cortés: Dos pinchazos, media estocada baja, descabello, aviso con más de un minuto de retraso, y dos descabellos más (bronca). Pinchazo y estocada caída (dos orejas, dos vueltas al ruedo y aclamaciones de «¡torero!»).
Dámaso González: Estocada enhebrada y dos descabellos (dos orejas). Pinchazo, bajonazo, rueda de peones, descabello, aviso con un minuto de retraso, y otro descabello (oreja protestada).
Julián García: Tres pinchazos, rueda de peones y cinco descabellos (ovación con algunos pitos y saludos). Dos pinchazos y estocada corta, perdiendo la muleta (oreja con algunas protestas). Cortés y González salieron a hombros. En dos ocasiones fue ovacionado el mayoral de la ganadería, que hubo de saludar sombrero en mano.
Hay que hablar de la torería de Manolo Cortés y de la clase de los miuras en la última corrida de la feria de Valencia. La traca final fue un gran espectáculo, que nada tenía que ver con todo lo anterior. Una cosa es la traca y otra los petardos.
La gente ya no pasa por el bluff, y tiene toda la razón para mandarlo a hacer gárgaras. Los días en que estaban anunciados los figurones no había en la plaza ni media entrada. Nadie se perdió nada (salvo quienes acudimos al espectáculo) porque los resultados artísticos fueron lamentables.
No es que a los gustos de la afición valenciana se ajusten toreros de calidades distintas a las que dicen por ahí tienen las figuras. es que está harto de las pantomimas, de los remilgos y de las estafas. Había hecho un ídolo de Dámaso González, pues este torero, con todas sus limitaciones, se entrega. Y además da la cara en verdaderas corridas de toros.
Esta es la clave: el torero y el toro. Los miuras y Dámaso llenaron la plaza. Aquéllos salieron con tanta clase y nobleza que, francamente, no parecían miuras. Los tres primeros toros eran manteca. Manolo Cortés se dejó ir al primero. Puso demasiadas precauciones para que fuera posible la gran faena que tenía el toro, y se contentó con cumplir. Como para darle en el coco con la mano del almirez. Julián García le anduvo a trapazos, saltos, tirones y caderazos al tercero, miura colorao, oscurecido a castaño por sus extremidades -una pintura- y además con nobleza de sensación.
Anovillado (pues sí: anovillado) y de gran clase el segundo, Dámaso González le hizo un faenón. Es cierto que no creó arte, pues el albaceteño parece incapaz de lograr tales excesos, pero su toreo fue ligado y templado, en todo momento emotivo, de forma que convirtió el graderío en un manicomio. Su triunfo fue de los que hacen época.
Salió el cuarto miura, un cárdeno de trapío, y se puso a berrear y a huir de los caballos. Los banderilleros sólo consiguieron colocarle un par de palos en la suerte de la espantá. Pensábamos: he aquí diez minutos de trámite que nos esperan para volver al gozo de la plaza en pie, gracias a Dámaso y su máquina de hacer pases, a plena producción.
Pero Manolo Cortés pensaba otra cosa. Y brindó al público. ¿Qué había visto Cortés en aquel miura manso, trotón y a la defensiva, para confiarse como no lo había hecho con el otro, el de la nobleza total? Bueno, algún día lo contará el propio Cortés. Lo que podemos contar nosotros, en cambio, es una faena inolvidable, construida con inteligencia, ejecutada con la más acabada técnica, interpretada con arte.
Acabó con Dámaso, acabó con todos. El público valenciano estaba fuera de sí. Por los naturales y los derechazos. limpios largos, de impecable remate; por los hondos pases de pecho, por la verticalidad relajada del torero, que había sometido a la fiera y la traía y llevaba a su antojo, sería que ajeno al rugido de aquella plaza puesta al límite del paroxismo, pues continuaba desgranando pases al ritmo cadencioso que imponía no la conmoción del graderío, sino el arte de torear; por aquel andarle al toro, con garbo, para cambiarle el terreno y engarzar una nueva tanda de muletazos, otra vez de bellísima ejecución. Nunca en toda la feria se había producido semejante clamor: «Torero, torero, torero!»
Hay que añadir, en pura crítica, que Cortés toreó demasiado y el miura se le pasó de faena, de manera que acabó tirando derrotes peligrosos y costó cuadrarle. Pero el triunfo era legítimo e irreversible y la afición valenciana aclamó al torero en dos vueltas al ruedo triunfales.
Dámaso González muleteó con arrojo a otro manso que, si manejable, tenía sentido, y Julián García armó un barullo de trapazos y perneos con el último miura, de gran boyantía. Ambos toreros fueron aplaudidos, por supuesto, pero ya no podían suscitar entusiasmos. Manolo Cortés había acaparado el protagonismo de la corrida, y hasta de toda la feria. Su faena al miura cárdeno, manso y trotón será una efemérides de la plaza de Valencia.
La gente ya no pasa por el bluff, y tiene toda la razón para mandarlo a hacer gárgaras. Los días en que estaban anunciados los figurones no había en la plaza ni media entrada. Nadie se perdió nada (salvo quienes acudimos al espectáculo) porque los resultados artísticos fueron lamentables.
No es que a los gustos de la afición valenciana se ajusten toreros de calidades distintas a las que dicen por ahí tienen las figuras. es que está harto de las pantomimas, de los remilgos y de las estafas. Había hecho un ídolo de Dámaso González, pues este torero, con todas sus limitaciones, se entrega. Y además da la cara en verdaderas corridas de toros.
Esta es la clave: el torero y el toro. Los miuras y Dámaso llenaron la plaza. Aquéllos salieron con tanta clase y nobleza que, francamente, no parecían miuras. Los tres primeros toros eran manteca. Manolo Cortés se dejó ir al primero. Puso demasiadas precauciones para que fuera posible la gran faena que tenía el toro, y se contentó con cumplir. Como para darle en el coco con la mano del almirez. Julián García le anduvo a trapazos, saltos, tirones y caderazos al tercero, miura colorao, oscurecido a castaño por sus extremidades -una pintura- y además con nobleza de sensación.
Anovillado (pues sí: anovillado) y de gran clase el segundo, Dámaso González le hizo un faenón. Es cierto que no creó arte, pues el albaceteño parece incapaz de lograr tales excesos, pero su toreo fue ligado y templado, en todo momento emotivo, de forma que convirtió el graderío en un manicomio. Su triunfo fue de los que hacen época.
Salió el cuarto miura, un cárdeno de trapío, y se puso a berrear y a huir de los caballos. Los banderilleros sólo consiguieron colocarle un par de palos en la suerte de la espantá. Pensábamos: he aquí diez minutos de trámite que nos esperan para volver al gozo de la plaza en pie, gracias a Dámaso y su máquina de hacer pases, a plena producción.
Pero Manolo Cortés pensaba otra cosa. Y brindó al público. ¿Qué había visto Cortés en aquel miura manso, trotón y a la defensiva, para confiarse como no lo había hecho con el otro, el de la nobleza total? Bueno, algún día lo contará el propio Cortés. Lo que podemos contar nosotros, en cambio, es una faena inolvidable, construida con inteligencia, ejecutada con la más acabada técnica, interpretada con arte.
Acabó con Dámaso, acabó con todos. El público valenciano estaba fuera de sí. Por los naturales y los derechazos. limpios largos, de impecable remate; por los hondos pases de pecho, por la verticalidad relajada del torero, que había sometido a la fiera y la traía y llevaba a su antojo, sería que ajeno al rugido de aquella plaza puesta al límite del paroxismo, pues continuaba desgranando pases al ritmo cadencioso que imponía no la conmoción del graderío, sino el arte de torear; por aquel andarle al toro, con garbo, para cambiarle el terreno y engarzar una nueva tanda de muletazos, otra vez de bellísima ejecución. Nunca en toda la feria se había producido semejante clamor: «Torero, torero, torero!»
Hay que añadir, en pura crítica, que Cortés toreó demasiado y el miura se le pasó de faena, de manera que acabó tirando derrotes peligrosos y costó cuadrarle. Pero el triunfo era legítimo e irreversible y la afición valenciana aclamó al torero en dos vueltas al ruedo triunfales.
Dámaso González muleteó con arrojo a otro manso que, si manejable, tenía sentido, y Julián García armó un barullo de trapazos y perneos con el último miura, de gran boyantía. Ambos toreros fueron aplaudidos, por supuesto, pero ya no podían suscitar entusiasmos. Manolo Cortés había acaparado el protagonismo de la corrida, y hasta de toda la feria. Su faena al miura cárdeno, manso y trotón será una efemérides de la plaza de Valencia.
Según Cortés, en el día de hoy, el primer toro tenía peligro sordo, y sin embargo el otro tenía gasolina y posibilidades y no le quedó otra más que formarle un gazpacho para recuerdo de todos los presentes.
7 comentarios:
Bien pero nada supera a como lo contó Zabala.
Bueno si, un medio gitano amigo mío me contó el otro día, delante de media limeta de mosto nuevo
"salió uno noble y bobalicón de segundo y Cortés no quiso ni verlo, no quiere líos Cortés con mujeres fáciles,pero aluego se folló por bajo al manso pregonao y altivo que hacía quinto de inicio con unos doblones y los naturales más largos que han visto los ches en su vida y aluego lo enamoró y aluego lo plantó y aluego se caso con él y aluego le puso un piso en el medio de la plaza y le cortó las orejas aunque no lo mató"
Mil formas de contarlo, pero solo una verdadera forma de torear, con pureza, lo demás son martingalas,
Que hermoso es lo que aquí, en este rincón contáis… ¿Es que estáis a la vera del brasero?.. ¡Como saben las historias de toros al laito del picón, con la badila cerquita…Y hablando de toreros calés…Cuantas veces lo he presenciado. Aquellas noches frías de aquellos crudos inviernos, finales de los cuarentas y la estela de los cincuentas, cuando mi padre recordaba al gallo Rafael.. A Cagancho, y sobre todo a “Curro Puya”…Ay Curro Puya..Al “quincallero” Belmonte, y su oponente y amigo José Gallito…
Un servidor no los pudo ver..Solo a Albaicin, a los “Amadores” de Albacete, a un tal Ramón Bustamante de Castellón, ( de becerrista) que después no llegó..Pero era de exclamación. Unos gitanillos de Alicante que andaban por Benidorm…Y como no al Arcángel gitano de Jerez, que tanto me hizo suspirar y el ultimo día para el, lloramos en la plaza hasta el apuntaó… Pero habláis de un cierto aroma del aljarafe..? ¡Cortés!...
Manolo Cortés…A este le debo el disfrute de la estética gitana…La hondura canastera!
Y el misterio de una raza vieja que tienden sus capotes al sol!...Que gloria es tener en las temporadas toreros calés.! No concibo esta historia de la tauromaquia sin el concurso de ese aliño tan esencial…No sería lo mismo, la leyenda viva del toreo, estaría mutilada sin su presencia y misterio…
…un saludo a mi tierra…
Fernando naranjo.
PUES SI, ES VERDAD, LA CRÓNICA DE LOS GITANOS DE BENLLIURE DE ZABALA. EL GITANITO TAMBIÉN TUVO ARTE...
Bonito, Fernando, ¡Si las mesacamilla hablaran! putos aires acondicionados, ¡viva la mesa camilla sostenible!
En mi casa el brasero en vez de picón de rellenaba con brasas vivas de la chimenea y salían cabrillas y la noche se hacía larga tras la merienda-cena jugando al tute o a la brisca y los mayores a la canasta o al continental y llegaban las navidades y ¡Joder que me se saltan los mocos! a currar
REALMENTE PRECIOSO. GRACIAS FERNANDO, CON AFICIONADOS COMO TÚ, LA FIESTA NUNCA PODRÁ ACABARSE. POR CIERTO JAVIER, TE HE PUESTO LA CRÓNICA PORQUE MANOLO ME DIJO QUE SEGURO QUE ESA NO LA CONOCÍAS. OTRA COSA ES CUANDO LE DIJE QUE LO HABÍA PUBLICADO. YA SABES QUE A ÉL NO LE GUSTAN ESAS COSAS...
Torero grande pero birlongo este Cortés. Por eso me gusta, por eso es mi torero. Por eso la grandeza es mayor con un Miura y en una feria a contrastilo que dirá un cursi, pero cuando se tiene la "monea" lo demás sólo depende de los duendes. De las tres crónicas, me quedo con la del gitano, "le puso un piso en los medios", eso es una forma de contarlo, lo del padre de zabalita bien, poético lo del paisano, mejorable, no tiene por que faltar a ese mosntruo que fue Damaso y lo del cuarterón gitano de Javier de arte, "le puso un piso en lo medios", !jo que arte¡ si es que esa raza es especial.
PARA MI MANOLO CORTÈS HA SIDO EL TORERO CON PAULA MANZANARE Y ÈL QUE MAIS SE HAN PARECIDO A ORDOÑEZ.
PERO MANOLO ERA EL QUE MAIS¡LÀSTIMA QUE AS EMPRESAS LO MALTRATARAN CON CORRRIDAS DE IMPOSIBLE.
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