Según cuenta El Adelanto de Salamanca.
Algo se nos parte en el alma de aficionado, perdemos riqueza, como con la casta navarra, como los de casta jijona de los que ahora que se avecinan presuntas subvenciones, tiene todo el mundo, hasta don Rufino.
No parece que se vaya a perder, por ahora la riqueza genética, presente en varias ganaderías del campo bravo, pero el caso es que muere y nos duele una de las emblemáticas, de la que han mamado tantas de las actuales, Manuel Ángel Millares mantiene en Espantalobos una punta de atanasios más o menos puros en nuestra provincia.
Alguién tendría que hacerse preguntas y las respuestas siempre será idéntica, el toro debe ser respetado, cuidado y mimado como base de nuestra fiesta.
CAE UNA DE LAS DIVISAS MADRE DE MUCHAS VACADAS Y UN EMBLEMA DEL CAMPOCHARRO
SALAMANCA
El declive de una de las ganaderías señeras del Campo Charro se ha consumado. La ganadería de Atanasio Fernández, madre de muchas otras vacadas, ha echado el cierre y ha mandado al matadero casi la totalidad de las vacas, ha vendido los machos que restaban para ser corridos por las calles y ha dejado una parte testimonial de vacas junto al toro charolés.
Los atanasios, aquellos toros que hacían las delicias del público y de las máximas figuras en las décadas de los 60, 70 y 80, ya no volverán a las grandes plazas. Los herederos del aquel adivino en hallar la clase en las embestidas han tirado la toalla.
El viejo Atanasio Fernández, el que dio nombre a la leyenda, supo poner sus toros en máxima categoría, los ganaderos le tenían como referencia y las figuras se pegaban por sus corridas.
El tronco de las casta de Ibarra, de Parladé y de Tamarón con Conde de la Corte es la base genealógica principal de los toros que hoy saltan a los ruedos. De este tronco salen los juampedros, los núñez (hoy también en horas bajas) y los atanasios, la base de lo que ha lidiado en las ferias en los últimos 20 años.
Tres ganaderías de antaño que han dado tres encastes de hoy. Y ahora la madre de ese encaste salmantino desaparece.
Sus toros fueron respetados por los públicos y disputados por las máximas figuras.
Hasta que se murieron el viejo Atanasio y su hijo Bernabé y, coincidiendo con la jubilación del mayoral de toda la vida, Fidel Rivas, la ganadería brilló en lo alto. Después la vacada quedó en manos de Gabriel Aguirre y refugiada en la petición de Enrique Ponce. Pero también se fue Gabriel hace un lustro y Ponce dejó de matar los toros de este hierro.
Así comenzó el declive de una ganadería con enorme personalidad, tanto en su tipo como en su embestida. Los atanasios, altos de cruz y sueltos de carnes, lucían defensas acucharadas y más cerradas que la de los condesos. Y sus embestidas prodigaban en las muletas el portento de la clase basada en la humillación, el ritmo, el recorrido y una importante dosis de bondad, a pesar de sus salidas frías, abantas, huidizas.
Suyo, de un atanasio llamado Cigarrón, fue el último rabo cortado en la plaza de Las Ventas de Madrid, en el año 1972 por el diestro Palomo Linares.
Hoy, ya ven, una bandera de las ganaderías de lidia y del campo salmantino llega a su fin.