Sevilla y sus complejos (taurinos)
Dicen los especuladores que indagan en esa zona extraña y dicen que exclusiva de los mamíferos bípedos que es la mente humana, que el complejo psicológico es un pensamiento irracional sobre uno mismo, que impide paladear la vida en su absoluta dimensión. En los inicios de la psicología, concretamente en la orientación dinámica (psicoanálisis), Freud, Adler y Jung utilizaron los complejos para intentar explicar las conductas e intentar entender la manera de ser de las personas; Citar a Freud en psicología como referencia es poco menos que pretender que los cánones de la tauromaquia actual los marcará Paquiro y su tauromaquia del salto de la macuerna.En la psicología actual, cuando se quiere describir a un individuo, se habla de rasgos de personalidad y si queremos hablar de las taras tendríamos que usar el tabú perverso de trastornos de personalidad. Pasar de lo particular a lo universal e intentar explicar con herramientas de psicología personal el comportamiento colectivo de una afición tan diversa y variopinta como la que se sienta en los estrados maestrantes de Sevilla es arriesgado y es posible que hasta injusto.
Pasada la feria, y atendiendo a nuestra pasión minimalista e insana por el detalle, nos quedamos extrañados con el comportamiento de la mejor afición de España con respecto a dos toreros. Los dos son grandes, figurones del toreo, toreros de época, de los arte y valor, del concepto puro y doloroso. Los dos se adornan con la quietud, el sentido estático de la lidia, uno la quietud desmayada del arte, otro la quietud firme del compromiso ético con la tauromaquia. Los dos no podrían haber sido otra cosa que toreros. Uno es de la Puebla del Río, es arte puro que evoluciona a poderío y quietud, el otro es de Velilla de San Antonio y es sentido absoluto de la tauromaquia. Con los dos ha sido injusta Sevilla, y Sevilla ha sido injusta consigo misma, a través de sus complejos, llamémosles trastornos de la personalidad.
Nos explicamos. Empezamos con Juli, sin duda ha firmado en el albero del Baratillo la mejor faena de la feria, la más completa lidia de un toro vista en muchos años, el dominio perfecto de un animal más salvaje que bravo. Partimos, en pura taurología, de un concepto básico: un toro incierto por al menos un pitón, sin probaturas al inicio de faena se le plantea una serie sin enmendarse, con los pies juntos, y se le desengaña por ambos lados. A partir de ese instante, el dominio del torero apabulla, le puede al toro partiéndolo en series donde la muleta se arrastraba en dos tercios por debajo de las embestidas. Tal fue el castigo y la exigencia del matador que el toro murió en planta y la sensible Sevilla no lo percibió, en relato del cronista Gustavo Adolfo
“Porque no brota sangre de la herida…Porque el muerto está en pie.”
La plaza fue una locura, a pesar del fallo a espadas, Sevilla se entregó al torero, ya lo había hecho hace ocho años, cuando una terrible cogida impidió al madrileño abrir la Puerta del Principe, pero ahora la evidencia del acuerdo de voluntades fue un clamor,
Empiezan a fallarse (que acertada broma del lenguaje) los premios taurinos de toda índole y no aparece el nombre del torero que ha realizado la mejor faena de la feria sin discusión, Aficionados, revisteros, cronistas, profesionales, gente guapa, gentes del taco, políticos y otras gentes del taurineo, no han sido capaces de otorgar el premio al que lo ha ganado a fuerza de verdad en el albero. ¿Por complejo con un torero que no cecea? ¿Por qué es un torero sin “ángel”?, por esos derroteros anda la explicación, seguro
Lo de Morante es más complicado de explicar, entra más en el alma taurina de una Sevilla que necesita del mito como eje vertebrador de su afición. Hay que descender al matiz, al misterio inextricable de la sensibilidad, para apreciar el calado de la actitud de Sevilla respecto a quien debería tratar no se si como mito, pero si como un torero más que especial. Mitos de los que anda huérfano el sevillano desde el adiós inesperado de Curro. Tras treinta años buscando un sitio en el corazón para un torero al que darle el sitio reservado al mimo, capaz de la espera y dispuesto al perdón, llega el torero de la ribera del río grande, de conceptos y formas sevillanísimas, de personalidad apabullante y largura de maneras, y entonces el corazón de Sevilla parece marchito y ajado para mostrarse incapaz de asumir la grandeza de un torero grande. Su toreo de capote, tan en desuso, es de una pureza y sentido de la lidia histórico, su muleta posee el dominio y el gusto de los privilegiados, la verdad de su torero emociona y trasciende del momento.
Dicen los especuladores que indagan en esa zona extraña y dicen que exclusiva de los mamíferos bípedos que es la mente humana, que el complejo psicológico es un pensamiento irracional sobre uno mismo, que impide paladear la vida en su absoluta dimensión. En los inicios de la psicología, concretamente en la orientación dinámica (psicoanálisis), Freud, Adler y Jung utilizaron los complejos para intentar explicar las conductas e intentar entender la manera de ser de las personas; Citar a Freud en psicología como referencia es poco menos que pretender que los cánones de la tauromaquia actual los marcará Paquiro y su tauromaquia del salto de la macuerna.En la psicología actual, cuando se quiere describir a un individuo, se habla de rasgos de personalidad y si queremos hablar de las taras tendríamos que usar el tabú perverso de trastornos de personalidad. Pasar de lo particular a lo universal e intentar explicar con herramientas de psicología personal el comportamiento colectivo de una afición tan diversa y variopinta como la que se sienta en los estrados maestrantes de Sevilla es arriesgado y es posible que hasta injusto.
Pasada la feria, y atendiendo a nuestra pasión minimalista e insana por el detalle, nos quedamos extrañados con el comportamiento de la mejor afición de España con respecto a dos toreros. Los dos son grandes, figurones del toreo, toreros de época, de los arte y valor, del concepto puro y doloroso. Los dos se adornan con la quietud, el sentido estático de la lidia, uno la quietud desmayada del arte, otro la quietud firme del compromiso ético con la tauromaquia. Los dos no podrían haber sido otra cosa que toreros. Uno es de la Puebla del Río, es arte puro que evoluciona a poderío y quietud, el otro es de Velilla de San Antonio y es sentido absoluto de la tauromaquia. Con los dos ha sido injusta Sevilla, y Sevilla ha sido injusta consigo misma, a través de sus complejos, llamémosles trastornos de la personalidad.
Nos explicamos. Empezamos con Juli, sin duda ha firmado en el albero del Baratillo la mejor faena de la feria, la más completa lidia de un toro vista en muchos años, el dominio perfecto de un animal más salvaje que bravo. Partimos, en pura taurología, de un concepto básico: un toro incierto por al menos un pitón, sin probaturas al inicio de faena se le plantea una serie sin enmendarse, con los pies juntos, y se le desengaña por ambos lados. A partir de ese instante, el dominio del torero apabulla, le puede al toro partiéndolo en series donde la muleta se arrastraba en dos tercios por debajo de las embestidas. Tal fue el castigo y la exigencia del matador que el toro murió en planta y la sensible Sevilla no lo percibió, en relato del cronista Gustavo Adolfo
“Porque no brota sangre de la herida…Porque el muerto está en pie.”
La plaza fue una locura, a pesar del fallo a espadas, Sevilla se entregó al torero, ya lo había hecho hace ocho años, cuando una terrible cogida impidió al madrileño abrir la Puerta del Principe, pero ahora la evidencia del acuerdo de voluntades fue un clamor,
Empiezan a fallarse (que acertada broma del lenguaje) los premios taurinos de toda índole y no aparece el nombre del torero que ha realizado la mejor faena de la feria sin discusión, Aficionados, revisteros, cronistas, profesionales, gente guapa, gentes del taco, políticos y otras gentes del taurineo, no han sido capaces de otorgar el premio al que lo ha ganado a fuerza de verdad en el albero. ¿Por complejo con un torero que no cecea? ¿Por qué es un torero sin “ángel”?, por esos derroteros anda la explicación, seguro
Lo de Morante es más complicado de explicar, entra más en el alma taurina de una Sevilla que necesita del mito como eje vertebrador de su afición. Hay que descender al matiz, al misterio inextricable de la sensibilidad, para apreciar el calado de la actitud de Sevilla respecto a quien debería tratar no se si como mito, pero si como un torero más que especial. Mitos de los que anda huérfano el sevillano desde el adiós inesperado de Curro. Tras treinta años buscando un sitio en el corazón para un torero al que darle el sitio reservado al mimo, capaz de la espera y dispuesto al perdón, llega el torero de la ribera del río grande, de conceptos y formas sevillanísimas, de personalidad apabullante y largura de maneras, y entonces el corazón de Sevilla parece marchito y ajado para mostrarse incapaz de asumir la grandeza de un torero grande. Su toreo de capote, tan en desuso, es de una pureza y sentido de la lidia histórico, su muleta posee el dominio y el gusto de los privilegiados, la verdad de su torero emociona y trasciende del momento.
Ya es una testaruda evidencia que no es flor de un día el torero de la Puebla, pero la Hispalis torera no acaba de verlo como emperador, no le toca la música caprichosa del hijo de Tristán en su faena de sentimiento y verdad inconmensurables, no lo hace “su” torero. Tras los chascos de Emilio Muñoz, Pepe Luís, Pareja Obregón, Aparicio..., tantos nombres como quieran poner del gusto taurino de esta tierra, llega el complejo de inseguridad del aficionado, que se niega a hacer caso de lo que sus ojos le transmiten, sus sentimientos le hacen percibir, su aprendizaje reflejo en el abono le hacen comprender.
Es este un complejo muy propio del aficionado, no sólo de Sevilla, no se pueden sacar los pies del plato del purismo y la ortodoxia, hace falta el refrendo de una gran minoría para subir al altar de las figuras a un torero. Pasó con Curro, el currismo de los setenta y ochenta era de un tenor de catacumbas y reserva espiritual, me atrevo a decir que opuesto al de los 90, de clavel, y que otorgaba carta de aficionado cabal, pasa como en estos años con José Tomás, basta decir que uno sigue al de Galapagar para que se dibuje en su gesto el marchamo de pureza de sangre taurina.
Recuerdo, allá por los últimos ochenta, el encendido discurso en el Arenal de un aficionado, de los que mantenían y alimentaban el fuego sagrado de la sevillanía, tras una matinal en que Pareja Obregón formó un lío, allí se argumentaba que este era el torero de Sevilla, por culto, por raigambre, por rociero y por mil motivos más que a mi incultura general se le escapaban, lo oponía a Julito Aparicio, que había formado otro alboroto, con utreros ambos, uno en feria y otro fuera del ciclo. Imagino a la Sevilla taurina como a aquel aficionado, especulando con sus sentimientos, no queriendo volver a equivocarse, dudando de su corazón, de sus conceptos, de la verdad absoluta que es la emoción que sólo se puede sentir en las gradas de una plaza de toros. Negándose a querer que Morante sea el torero de Sevilla.
Le hace falta el detalle mentiroso de las cámaras lentas de la cajatonta, de su tertulia de iniciados, de los lideres de opinión... tiempo para reposar. Ese es mi consuelo, les explico, el día de los victorinos andaba el que firma por las gradas de sombra, donde penan los reubicados, uno de ellos, podía ser de la quinta de Manolete más o menos, después de las dos medias de más pureza y peso de los últimos lustros, las que me hicieron levantarme para ovacionar, aquel hombre de torpes movimientos y más que probables esfuerzos para mantener el abono quedó en silencio. A mitad de faena de muleta aquel hombre se me acercó y me espetó al oído con la confidencia propia del compañero de banco " que grande lo que hemos visto, ya me puedo morir tranquilo"
En contra de que Morante ocupe el trono sólo se pueden argumentar los vaivenes de su carrera, una de las singladuras peor gestionadas de la historia del torero, pero, y de ahí la magnitud e importancia de la figura de Morante, con la verdad inmutable de su torero se ha sabido imponer
a esta mala gestión, a la que no es ajeno su propio caracter de genio.
Sevilla puede reaccionar cuando pasen esos ocho minutos de asimilación, de comprensión de la grandeza de un torero de reposo de lo vivido. Lo contrario sería injusto con Morante, y lo peor, sería cobarde e injusto con el alma taurina de esa ciudad.
Es tiempo que Sevilla rompa su complejos, ponga a cada cual en su sitio dentro del escalafón sentimental y taurino de su acervo emocional. Romperse de emoción dentro y fuera de la plaza, con Juli con Morante o con quien sea, aún a riesgo de errar. Esta pasión apsionada que es la fiesta brava se merece una Sevilla sin melindres ni trastornos de la personalidad.
2 comentarios:
COMPAÑERO, LO HAS BORDAO. LASTIMA QUE NO ESTE YO PA MUCHO ESCRIBIR. HOY MUY CHUNGA Y SIN MOVILIDAD. LA ANESTESIA ME TIENE ATROFIADA Y CASI NI MOVERME PUEDO.
SALU2
enhoarbuena, lo expresado, demuestra lo visto por muchos, el momento y la capacidad de El Juli, primorosa, un superdotado
totalmente acertado.Jvi
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